El catedrático de Sociología de la Complutense, Víctor Pérez Díaz, publica hoy en EP un artículo en el que aclara conceptos (nación, soberanía) que parecen no tener significado para muchos españoles (empezando por el presidente del gobierno) y advierte a los socialistas de las consecuencias de sus actos (cosa que la de que son, felices ellos, inconscientes). Tienen, dice, un sentido deficiente de la realidad.
Aquí el principio del texto:
¿Reconstruimos España?
VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ
EL PAÍS - Opinión - 18-10-2005
Se supone que elegimos, y pagamos, a los políticos para resolver nuestros problemas, no para crearlos. Los políticos del momento han organizado ahora en España un drama mayor, al intentar una reforma constitucional por la puerta falsa. Proponen un Estatuto con el término "nación" y juegan con la confusión entre un concepto político que denota un agente soberano y un concepto sociológico que se refiere a un sentimiento de identidad; pero ellos mismos deshacen la confusión con un texto cuyo articulado, largo y meticuloso, expresa una voluntad soberana. El blindaje de competencias y la financiación por un sistema de concierto ponen en cuestión el equilibrio entre los diferentes territorios del país, y no pueden decidirse como un asunto bilateral entre el poder central y el poder local en cuestión. El conjunto altera sustancialmente el espíritu y la letra de los acuerdos constitucionales sobre los que se basa la democracia española desde hace más de veinticinco años. Puede aceptarse sólo si hay un nuevo pacto constitucional.
Se entiende que los nacionalistas den un paso así, dados sus objetivos; pero que les animen a darlo quienes dependen del voto del resto de los españoles sugiere en éstos un sentido deficiente de la realidad. No es que nuestros gobernantes sean incomprensibles. Son fáciles de comprender. Entienden el poder en términos de reparto y, habiendo ganado unas elecciones, tienen la sensación de que llegó el momento de volver a repartir las cartas. Repartir el poder político es normal, pero ya no lo es imaginar que da patente de corso para repartir el poder económico. Esto es una corruptela a la que nos tiene mal acostumbrados la clase política de todos los colores, y ya que se habla de ansias infinitas de paz y benevolencia, no estaría de más añadir un ansia infinita de decencia en respetar las reglas de juego de las instituciones económicas. Tampoco es normal creer que ganar el poder permite cambios en las reglas del juego político. No debería olvidarse que alterar las instituciones aprovechando la relación de fuerzas es pésimo a largo plazo para un país, para su funcionamiento y su reputación, y también, con frecuencia, para quienes lo intentan.
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