Quién no recuerda, tras el 11-S, las teorías de la conspiración que alumbraron los cerebros de los amigos progres y de izquierdas, que no sé si es lo mismo, pero suelen votar igual... siempre al peor. Y quién no recuerda, que está aún fresco, cómo se niegan los mismos indoctos a elucubrar sobre el 11-M. Pues lo que en el 11-S era todo oscuro, en el 11-M es todo claro.
Las nieblas y tinieblas que enredaban, según ellos, el caso de los atentados en USA, les hacían pensar en conspiraciones de los propios americanos (la industria armamentística, ávida de guerras, las conexiones entre los Bush y los Ben Laden, tan aireadas por el intelectual Michael Moore, etc) o de los judíos (que habrían sido avisados para que no estuvieran en las Torres Gemelas aquel día, que estarían interesados en que se atacara a los países islámicos, etc.)
Pero llegado el 11-M, nasty de plasty, ni misterios ni cabos sueltos ni conexiones ni desconexiones. Todo, según ellos, conduce en línea recta al mismo punto: han sido los de Al Qaeda, y no hay más que hablar. ¿Y los hechos? Pero, ¿a quién coño le importan los hechos en el sector progre-izquierda?
El progrerío, eso que hoy pasa por la izquierda, ha heredado de los viejos bolches marxistoides una querencia por las teorías de la conspiración, pero muy selectiva. Esto es: sólo creen en las conspiraciones que les vienen bien para sustentar sus creencias. Y no creen en las que amenazan ese precario chiringuito.
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Anoche mismo, en Cuatro, en un programa sobre sucesos extraños y paranormales, hablaron sobre las múltiples teorías conspirativas, a cuál más sorprendente, acerca del asesinato de JFK. Que si la CIA, que si los cubanos, que si esto que si lo otro. Sobre el 11M, en cambio, lo tienen todo meridianamente claro.
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