miércoles, 16 de abril de 2008

Una lección de periodismo

Dice el archipedante Arcadi Espada que cualquiera que haya leído diez libros concretos de su biblioteca podrá decir que es periodista, si quiere decirlo.
Inútil darle más vueltas. Además, con esas lecturas o sin ellas, tiene razón.

Ahora bien, dado que uno de los autores citados en su selección es Julio Camba, me ha parecido oportuno recordar la siguiente lección de periodismo:

Una lección de periodismo - Julio Camba (Madrid, 17 de julio de 1934)
¿CONOCEN USTEDES El periodismo en veinte lecciones, de Robert de Jouvenel? Es un opúsculo delicioso, en el que, bajo una apariencia didáctica, se ponen al descubierto todos los trucos, artimañas y martingalas del arte de escribir periódicos. Veamos, para muestra, la lección destinada al periodismo polémico: “En el periodismo polémico -dice Jouvenel- no hay que andarse con remilgos. ¿Que Tartempion no ha pagado todavía esta semana la nota de su lavandera? Pues no vaciléis en llamarle Tartempion el ladrón. ¿Que el desdichado vive pobremente en una buhardilla? Pues afirmad que se oculta en una madriguera”...
Naturalmente, El periodismo en veinte lecciones es un libro satírico, pero, como su autor no se ha creído en el caso de manifestarlo así, ¿qué tiene de particular el que El Socialista lo haya tomado al pie de la letra y haya estudiado en él su técnica polemística? La cosa, sin embargo, es sumamente curiosa. No hay ya nadie en el mundo que imite directamente la literatura de los libros de caballería, pero son muchos, en cambio, los que, tomando el rábano por las hojas imitan de buena fe aquella parodia con que Cervantes la dejó en ridículo para siempre: “Apenas había el rubicundo Febo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra..., etc., etc.” Tampoco hay ya nadie que cultive el periodismo polémico en esa forma de la que Jouvenel se burla tan donosamente; pero cae un día el libro de Jouvenel en poder de El Socialista y, desde entonces, cuando El Socialista quiere polemizar con alguien, toma como modelo del género lo que es su más cómica y divertida reducción al absurdo, con un resultado mucho más divertido y mucho más cómico todavía.
¿Que yo, por ejemplo -modesto Tartempion español-, paseando un día por la calle Alcalá, me tropiezo con mi ilustre amigo D. Melquiades Álvarez, y me voy con él a tomar un vaso de horchata? Pues, al día siguiente, El Socialista me pondrá como no digan dueñas anunciando a los cuatro vientos mi ingreso en el Partido Liberal Demócrata. ¿Que otro día, jugando en el Círculo de Bellas Artes mi partida habitual de dominó con D. Fidel, le ahorco al hombre el seis doble tres o cuatro veces seguidas? Pues no tardaré más que horas en ser denunciado ante la opinión pública como un profesional del juego. ¿Que en una discusión de café se me ocurre afirmar que España es un país de formación católica? Pues la cosa está clarísima: es que pertenezco a la Adoración Nocturna. ¿Que, un poco fatigado, en fin, de la vida de Madrid, me voy a pasar una semana a la finca de algún amigo? Pues, no cabe duda. Soy un parásito y vivo a expensas de numerosos mecenas... Todo esto, en efecto, me suele decir El Socialista en artículos rabiosos que generalmente no ocupan menos de una columna de su primera plana, y que me harían concebir una idea exagerada de la importancia que me concede el diario obrero si, al mismo tiempo que este diario me cubre de injurias, no se cuidase de advertir que yo no tengo para él importancia alguna, que mis artículos sobre los magnates de su partido no le dan frío ni calor y que le produzco verdadera pena, porque no le causo el menor daño, y él quisiera, al parecer, que le causara un daño muy grande...
Últimamente, y después de llamarme ex humorista -con lo que demuestra bien a las claras que, si mis artículos le hacían antes alguna gracia, lo que es ahora le hacen muy poca-, el órgano de las clases trabajadoras afirma que, al atacar a los líderes socialistas, lo hago para asegurarme una colaboración en ABC, halagando los sentimientos monárquicos de su director. ¿Qué tal? Si El Socialista me acusara de haber empeñado el reloj de Gobernación para no tener que escribir durante una temporada en ningún periódico, es posible que alguien se lo creyese, pero ¿quién que me conozca, por lo menos de oídas, se va a tragar eso de que yo haga tal o cual cosa, ni digna ni indigna, a fin de garantizarme una vida sin trabajo? ¡Halagar los sentimientos monárquicos de una empresa periodística para asegurarme una colaboración en sus publicaciones!... ¿No me confundirá El Socialista con su distinguido correligionario D. Luis Araquistáin?
Pero no es mi propósito rechazar las pintorescas imputaciones de El Socialista, sino, al contrario, suponer que son ciertas. Supongamos, pues, que yo vivo del juego, de los Mecenas y de los monárquicos, y que, al mismo tiempo, me estoy muriendo de hambre, según afirma también el diario obrero. Supongamos que pertenezco al Partido Liberal Demócrata y a la Adoración Nocturna. Supongamos, en fin, ya que El Socialista tiene tan poca imaginación, que me como a los niños crudos, o, por lo menos, asados con unas patatitas. ¿Y qué? Yo no soy una entidad política ni una organización social, sino un señor particular y no hay paridad posible entre el Partido Socialista y yo para que, si yo afirmo, por ejemplo, que el Partido Socialista está arruinando a España, vaya el Partido Socialista y me conteste diciendo:
—Pues usted, que habla tanto, se pasa todas las noches en el cabaret, con unas pelanduscas, bebiendo whisky hasta las mil y quinientas...
La cosa sería bastante cómica; pero esto, al fin y al cabo, podría pasar. Lo que no puede pasar, de ninguna manera, es que los dirigentes del Partido Socialista quieran convertirse en acusadores de nadie. Su papel es el de acusados y, mal que les pese, tendrán que resignarse a él.


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