No tengo experiencia como investigador. [...]
Los periodistas escépticos con lo que se ha dado en llamar la teoría oficial [d]eberían responder a la siguiente pregunta: ¿he hallado un solo hecho que sirva por sí mismo para dar un completo vuelco argumental a la autoría yihadista sentenciada por un tribunal de la Audiencia Nacional? ¿He presentado algo que refute hechos investigados por la Policía y considerados probados por tres magistrados de la Audiencia Nacional? Si eso no ha ocurrido [...] la honorable perseverancia del periodista tal vez sólo sirva para demorar un desenlace terapéutico, para dejar abiertas expectativas relacionadas con un hondísmo dolor, y para favorecer la conversión del caso en una superstición popular como las que rodean el asesinato de JFK o los cadáveres alienígenas de Roswell.
Arcadi Espada:
Los que gritaban ya estaban convencidos de la autoría islamista. No solo eso. Estaban convencidos, aunque solo tuvieran el valor de gritarlo y no el de decírselo en voz baja, que la matanza era la respuesta dura pero justa a la participación española en la invasión de Irak: los gritos nombraban al asesino principal. Esta quiebra trascendente se vio agravada, poco después, por la emergencia de las teorías conspirativas que situaron a ETA en el origen más o menos encubierto de la matanza. Y es así que España, con su luz tantas veces siniestra, ha logrado dar un caso sin precedentes a la historia del crimen: aunque la mayoría de ellos estén encerrados en la cárcel, los asesinos han logrado huir del imaginario colectivo.
Por si pruebas faltaran sólo hubo que ver el domingo (este domingo hiriente, alevoso, fracasado) las conmemoraciones del octavo aniversario. Y en especial los discursos de las presidentas de las asociaciones de víctimas. Dos discursos completamente fuera de lugar, en su sentido estricto. Y los dos incapaces de incidir, como merece, en la responsabilidad islamista.
Manuel Jabois:
Ayer estuvieron unos franquiciando el aniversario a la causa sindicalista, quién sabe si inaugurando una tradición para años venideros, y otros, apoyados por una investigación policial si no sospechosa sí macabramente chapucera, insistiendo en el 11-M como un Twin Peaks pasado de vueltas. A dónde habremos llegado en España que la reconciliación nacional pasa porque dos mujeres que han perdido a un hijo en el mismo atentado se pongan de acuerdo en algo.
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Victoria Prego sobre la llamada teoría de la conspiración, hace ya más de 5 años:
.Ha sido el Gobierno y el Partido Socialista quienes la han puesto en pie, con todos sus subsidiados periodísticos haciendo las segundas voces y tocando las palmas. Al cante y al toque, dicen los flamencos. Pero, tan llamativo como el descubrimiento de que el Gobierno es el autor de la teoría de la «teoría de la conspiración» a la que se ha pretendido sacar máximo rendimiento, ha resultado el seguidismo fulminante que se ha producido en unos medios de comunicación hasta ahora plomizamente silenciosos sobre el caso del 11-M que este periódico se ha empeñado en escrutar.
[...] lo de la «teoría de la conspiración» no es sino una teoría de la teoría, que sigue viejas pautas de elusión de las cuestiones principales y concretas. Nada hay más eficaz y agradecido que disparar por elevación para que la mirada deje de centrarse en los detalles precisos y descriptibles de los primeros y segundos planos y se pasee por el cielo de los paisajes esenciales, en los que la discusión sobre los grandes ejes de la vida política adquirirían consecuencias de dimensiones tales que nadie en su sano juicio osaría razonablemente sostener.
[...] Una teoría, sobre todo si es maléfica, es mucho más fácil de derribar que una modesta pero implacable serie de preguntas con sujeto, verbo y complemento directo. Y en eso estamos. En la teoría de la «teoría de la conspiración»
nosotros no estamos dispuestos a hacer ningún acto de fe. Ni para afirmar que fue ETA, ni para sostener que fue Al Qaida, ni para mantener que fue una operación de las cloacas del Estado: en una democracia, los actos de fe sobre materias penales no tienen cabida. Lo único que valen son las pruebas. Esas pruebas que los poderes públicos están obligados a proporcionarnos
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