Aunque el chequista se invista de doctor...
Pío Moa nos obsequia en un reciente artículo con un breve apunte de los méritos curriculares de nuestro nuevo orgullo(so) académico:
Hace pocos años habría sido inimaginable un espectáculo como el del día 20 en la Universidad Autónoma de Madrid porque, aunque muchos recordaban el currículum siniestro de Carrillo, éste estaba pasando a la historia como un político sensato que ayudó a facilitar la reconciliación y una razonable transición democrática, lo cual también es cierto. Y ayudó bastante más que González y el PSOE, todo sea dicho. Pero de un tiempo acá el personaje viene espoleando las campañas de manipulación de la historia orientadas a recobrar el espíritu guerracivilista, y me temo que finalmente prevalecerá la imagen de él como quien mantuvo hasta el final el espíritu de la Checa, salvo por un período.
[...]
Carrillo no tuvo mejor ocurrencia que preludiar el aquelarre motejándonos, a César Vidal y a mí, de confidentes del franquismo, por el delito de discrepar de su versión de la historia y demostrar sus falacias. Al parecer, la experiencia chequista imprime carácter en algunas personas: ese “argumento” ha sido clásico en la cruenta paranoia stalinista, y Carrillo lo ha usado sin trabas. Recordaré un par de casos ilustrativos sobre este personaje que no ha querido permanecer fiel a lo único bueno que hizo en su vida: colaborar con los políticos franquistas para asegurar la democracia en España.
El caso Quiñones: éste fue un agente de la Comintern que en la inmediata posguerra trató de reorganizar el PCE, en condiciones durísimas y al margen de los dirigentes en el exilio, porque en aquellos momentos apenas había contacto con ellos. La dirección en el exterior no se lo perdonó. Detenido por la policía, Quiñones quedó lisiado por las torturas, y, condenado a muerte en 1942, fue fusilado sentado porque no podía tenerse en pie. Los jefes del exterior, y singularmente Carrillo, dictaminaron que el hombre que por sus ideales había sufrido tal destino, era un “confidente”, un “agente de los ingleses”, en definitiva un “traidor”. Jamás le rehabilitaron.
El caso Trilla resultó por el estilo: se trataba de un comunista encargado de la organización de Madrid también en los difíciles años 40. Tras el fracaso de la invasión guerrillera por el valle de Arán, en 1944, fue designado como chivo expiatorio. Tachado de “confidente” sin la más mínima prueba, fue asesinado de un navajazo en septiembre de 1945, por sus propios camaradas. También Carrillo tuvo mucho que ver en este crimen.
Dos casos, pero hubo muchos más. Unas veces el “confidente”, generalmente alguien que hacía sombra a la dirección externa, o así lo creía ésta en su paranoia, era liquidado por gente de Carrillo, otras denunciado de modo que la policía franquista diera con él y lo neutralizara. No hará falta decir más sobre la inocencia de las acusaciones de este lamentable chequista.
Me permitiré contarle un secreto: no sólo no fui confidente, sino que luché contra el franquismo en un partido que practicaba lo que llamábamos lucha armada y nunca pasó de terrorismo (como el maquis o la ETA); pero lo hice en el interior y arriesgando la vida. Mientras usted, Carrillo vivía seguro en el extranjero y disponía de sus militantes al viejo estilo dictatorial. También en esto hay clases.
http://www.libertaddigital.com/opiniones/opi_desa_27719.html
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Nos habíamos olvidado de Carrillo, a pesar de que seguía por ahí largando su discurso de viejo stalinista. Nadie hablaba de Paracuellos. Todo eso era un debate para historiadores o aficionados, no un debate político. Pero, ay, el PSOE, en horas bajas, decidió coger la pala. Hacía tiempo que algunos intelectualos prisaicos habían determinado que en la Transición se había optado por la amnesia y que eso era un intolerable fallo en la democracia española. La tesis era falsa. Pero abría un campo de posibilidades a la propaganda: recuperar el guión de buenos y malos que la Komintern había escrito durante la guerra civil española, servía al PSOE para redefinirse y recuperar una legitimidad que había quedado maltrecha tras el felipismo. Y servía para intentar la deslegitimación del adversario. Así que decidió trasladar su caricatura simplista de la guerra civil al escenario político. Carrillo es la mentira viviente (las acusaciones a Vidal y a Moa son la última prueba); la mentira del que ha tenido siempre claro que el fin (el suyo) justifica los medios.
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