lunes, 17 de octubre de 2005

¿nación = nacionalidad?

¿Somos una nación?
JOAN MARTÍ I CASTELL - 17/10/2005 (La Vanguardia Digital)

El economicismo dominante llega a extremos tan asombrosos como el dejar en segundo plano o incluso olvidar la identidad de los pueblos. Ahora va a resultar que el Estatut que aprobó el Parlament de Catalunya tiene un apartado esencial irrenunciable, el del sistema de financiación, y otro que, en cambio, importa relativamente poco: el que incluye el concepto nación. Se está anticipando sospechosamente que conviene que no seamos maximalistas y que no nos obstinemos en lo que es puramente simbólico. Quedémonos con un buen concierto económico; da igual cómo se nos considere.

No, aunque fuese por ese respeto a la Consitución que algunos integristas reclaman hasta la saciedad. Su artículo 2 "reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones". Me temo que se quiso recurrir a un eufemismo para salvar un obstáculo complejo. Se equivocaron; lo confundieron con la sinonimia. ¿Alguien puede explicar qué diferencia esencial hay entre nación y nacionalidad? Ninguna. Nacionalidad es un término jurídico-político que se refiere al carácter de un colectivo que constituye una nación.

Es verdad que hay conceptos cuya carga emocional interfiere en su concreción semántica; esto permite más fácilmente su manipulación. En la configuración del mundo, los grupos humanos se han unido como han podido y sabido para hacerse un espacio marco de su identidad, y en el quehacer humano éste es un proceso que, se quiera o no, nunca se acaba. En el caso que nos ocupa los nombres hacen la cosa, y lo que hoy se llama -es- de una manera mañana puede llamarse -ser- de otra.

Se ha apelado a la comunidad cultural para delimitar el ámbito de una nación, sin embargo, el término cultura no ayuda a salir de la ambigüedad; también, a la lengua compartida, lo que ya ilumina más la cuestión, aunque no totalmente.

Hay una referencia en la definición de nación que sí que es precisa: la voluntad común de organización y de proyección. Es decir, querer o no querer serlo es determinante en las sociedades democráticas, aun aceptando que las voluntades son instrumentalizadas.

Una nación no es una entidad providencialmente establecida ni, por tanto, históricamente asegurada; prueba evidente de ello es que hoy se cuestiona ese carácter a Catalunya, respecto a la cual hay cantidad ingente de documentación medieval en que es denominada nación, apelación que se pierde sólo por la fuerza opresora y en ningún caso por voluntad libre de su ciudadanía. Por consiguiente, si aceptamos que es la decisión de los pueblos lo que mejor justifica que sean o no nación, dejemos las cosas como están en el Estatut, ya que fue aprobado por los representates de la gran mayoría de Catalunya. Si acaso, que sean los mismos ciudadanos los que en referéndum reconsideren el articulado.

Recomiendo a los políticos que subrayen con vehemencia que la Constitución acepta Catalunya como nación; que no se engañe tan reiteradamente y sin base alguna a la opinión pública. Que se explique dónde radica la distinción entre nacionalidad y nación, aunque anticipo que se tendrá que recurrir a la invención gratuita, porque no la hay. Lo que debería avergonzar a cualquiera es pretender que sea algo secundario aquello que esencialmente se es. En este sentido, se tendría que seguir el ejemplo implacable de la mayoría del resto de España, que no sólo proclama que el Estado es una nación, sino que además se opone encarnizadamente a que ninguna de las comunidades autónomas que lo componen ose serlo también.

Si al final Catalunya se queda sin este apelativo que la identifica, insisto en que me gustaría saber de qué sirve que en la Constitución se hable de nacionalidad; qué se entiende con esa palabra que no coincida con nación. Me temo que podría descubrirse un lamentable e inadmisible embaucamiento.

Confieso mi ingenuidad, pero hoy me importa más cómo se defina Catalunya que cómo se financia. La historia reciente y lejana me da demasiados motivos para esa preferencia.

J. MARTÍ, catedrático y primer rector de la URV, y presidente de la Secció Filològica del Institut d´Estudis Catalans

http://www.lavanguardia.es/web/20051017/51195495460.html

3 comentarios:

  1. Bueno, si es del Instituto de Estudios Catalanes se entiende que se aplique a la estafa intelectual si es preciso. Las lentejas son las lentejas.
    Snif.

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  2. Y ahora, tropecientos años después de la desintegración del imperio austrohúngaro y de que se diera la barrila con la autodeterminación, se nos pone a hablar de la identidad de los pueblos. ¿Y la de los individuos, qué?
    Sólo a un español se le ocurre negar que lo es. Yo creo que esa es la prueba definitiva de la españolidad de los necionalistas.

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