Se acaba la fase crítica, ¡qué poco dura lo bueno!, en El País, con el Estatuto de Cataluña es Una Nación. El jueves descubrieron el modo de hacer lo mismo que ZP, intuitivo él, había hecho ya: ni lo acepto ni lo rechazo. Una variante del célebre ministro japonés Nikito Nipongo.
Josep Ramoneda es el autor del descubrimiento. El mismo "cerebro" que con la sana y vana intención de darle cierto empaque intelectual a la inanidad zetapédica, escribió, yo lo leí, que era un político "post-ideológico", toma castaña, Fernández de la Mora (un adelantado, autor de El crepúsculo de las ideologías, y pilar del régimen de Franco...que también era post-ideológico, por cierto).
Dice el lúcido opinador de EP que la aparente prepotencia del Estatuto "es fruto de la timidez y de cierto complejo de inferioridad". Pobrecitos. Buahh, buahh, buahh. Podemos financiarles un psiquiatra. Nos saldría más barato que el Estatuto (que por cierto nos va a salir carísimo a los contribuyentes, y en especial, a los catalanes, antes incluso de su entrada en vigor, visto lo que va a costar la campaña para que "España entienda" y la minuta de los bufetes que se disponen a contratar).
Otrosí: Ramoneda ha encontrados "dos señales de corte liberal" en el Estatuto. ¡Dos! Parecen pocas, ¿no? Pues no. Son la pera, esas señales, atención: el principio de no jerarquización de la identidad y el principio de interdependencia.
En plata: que no dice el texto que los no catalanes son inferiores, ¡aleluya! y que aparece el palabro "interdependencia". Amén.
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