La "mani" de la gente corriente

Ya estamos aquí, decimos emulando a Tarradellas mi loro y yo. Yo he estado en Madrí, sorteando vientos y tempestades, para ir de nuevo a una manifestación. Y eso que pensaba, después de haber cubierto años ha el cupo de manifestaciones, dedicar mi vida al dry martini, como Buñuel, pero con Zetapé no hay manera de tener un poco de tranquilidad. Así que cerveza sin alcohol y manifa al canto, y aunque un poco tarde (de nuevo vientos y tempestades) aquí van mis impresiones sobre lo de Madrí.

Mis impresiones se resumen en una: era una manifestación de gente corriente. Esa que uno se encuentra cuando va al mercado, que aunque yo no voy mucho, tengo al loro, que se surte a diario de fresco perejil, para describirme la estampa costumbrista. La que uno se topa cuando anda por ahí, por calles y plazas, veredas y sendas, zanjas y baches, tiendas y bares, de urbes, barrios y pueblos. Lo dice Lucrecio en su blog y lo suscribe este cronista de ocasión: no era una mani política, no era mani de militantes. Era un acto de ciudadanos anónimos, como anónimos eran los diecisiete que la encabezaban, personas a las que ETA sacó del anonimato.

Sí, claro, había grupos más politizados, más militantes, más gritones, pero la gran masa prefería caminar o estarse quieta, porque apenas se podía mover, en silencio. Y de ese silencio surgía una mezcla de indignación y dolor, de preocupación y pesadumbre. La lluvia misma infundía tristeza.
Lo que en junio se veía venir, ya asoma algo más que las orejas por el horizonte. Quedan pocas esperanzas en que aquellos que se han metido, y nos han metido, en la boca del lobo, vayan a variar su insensato rumbo.

Y, sin embargo, había que estar allí, pese al mal tiempo, el aguanieve, el frío, las advertencias de la Dirección General de Tráfico, las cifras ridículas del gobierno, las informaciones sesgadas, el desprecio y los insultos que vendrían después, todo lo que ya se da por descontado. Éramos seguramente una colección de escépticos, sabedores de que poco o nada cambiará en la mollera de ZP por una manifestación más o menos, pero decididos no obstante a hacerla. No se espera recompensa, fruto, éxito. Se hace lo que se piensa que se debe hacer. Sí, tal vez, el espíritu de la manifestación pueda describirse como estoico. En todo caso, ha merecido la pena.

De regreso en el cantón vigués, el loro habla pestes de Conde-Pumpido, y no de Cándido, el Fiscal, sino de su padre que en paz descanse. El pájaro quedó en manos de un tío abuelo anarquista que dice que se salvó por los pelos de que le condenase a muerte el papá de Cándido, aunque hay quien dice por contra que el tioabuelo no era anarquista, sino contrabandista. Sea como fuere, en estos pocos días le ha estado imbuyendo al loro retazos de memoria histórica selectivos, subjetivos y malsonantes, que han perturbado grandemente el sistema nervioso del animal. Como le pasaría a cualquiera.