Un conocido humorista americano, al conocer que Henry Kissinger había ganado el Premio Nobel de la Paz, aseguró que "la sátira política había muerto. No hay nada más que decir después de esto". Parecida reacción he tenido al escuchar la prohibición de la obra de Rodrigo García a causa de que en su trascurso el protagonista freía y comía un bogavante. Seamos sinceros, hace unos pocos años, nos hubieramos servido de un ejemplo así para parodiar los excesos de la corrección política. Lo que ayer era parodia, hoy es realidad.
¿Dónde están, me pregunto, los amantes de la libertad de expresión? Acaso defendiendo que la Embajada de España patrocine en Lisboa la sutil "Me c. en Dios" del cuñado de la Espe. El caso es que la miríada de minorías concernidas -ecologístas (como ahora), feministas, homosexuales, antirracistas (?)...- que hoy nos acogotan están destruyendo esa libertad. Porque libertad de expresión es, ante todo y sobre todo, libertad para ofender y molestar.
Me temo, sin embargo, que hoy sería imposible representar obras en las que se ofendiera a mujeres, minorías étnicas u homosexuales. Las minorías mencionadas, quienes no encuentran mayor placer que el de sentirse ofendidas, conseguirían tumbar la obra y la reputación del autor.
A resultas de ello, la libertad de ofender se circunscribe hoy al varón blanco y heterosexual, y aún más si es cristiano. Muchos de esos varones blancos han asimilado tan bien esa ideología que aceptan con rostro compungido que son culpables históricos de todo mal, y asienten cuando insultados. El primer nombre que acude a mi mente es el de Zp, decadente epígono de esos hombres, quien afirma ser un feminista radical. Y así nos va.
(NOTA: Los que protestaron la obra Me c. en Dios no pedían su prohibición, sino que no se apoyara tal engendro con dinero público)
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