Una de las muestras del vertiginoso deslizamiento de las democracias al despotismo ilimitado se halla en la obsesión populista por las visitas presidenciales a las zonas calamitosas. Los demandantes quieren que el Presidente se haga presente, demuestre su interés y su preocupación. Por supuesto, nada cambia con su presencia o ausencia. Pero todos piden que se allegue como si el presidente (de aquí o de cualquier otro sitio) tuviera poderes telúricos que calmara tempestades.
Esta obsesión prueba que la institución presidencial, surgida como la de un primus inter pares en el gabinete director del gobierno, adopta ahora poderes simbólicos y deviene en representante moral de la patria. Se allana así el camino hacia la acumulación y concentración de poder en una sola persona. De ahí que, a pesar de tanto hablar sobre separación de poderes y sociedad civil, uno sospecha que en las elecciones parlamentarias estamos eligiendo dictador para cuatro años.
Y en el fondo, qué importa que ZP venga a los 6 días, Rajoy en 2, Aznar en un mes. Lo verdaderamente importante es que el departamento del gobierno responsable de apagar fuegos sea eficiente, que su director sea profesional, los empleados preparados. Y si ZP quiere seguir con sus vacaciones, que disfrute y que sean largas. A fin de cuentas, aún estando en Madrid, no trabaja demasiado....
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