sábado, 29 de noviembre de 2008

¿Nos lo podíamos haber ahorrado?

Leo estos días, medio a ráfagas, el último librito de Enrique de Diego, Casta parasitaria: La transición como desastre nacional (Rambla, 2008). Aunque no descarto realizar por este medio, cuando lo acabe, una reseña del libro, sí quisiera comentar ahora la parte del libro en la que se halla detenida mi lectura, y que sospecho que es la que constituye la tesis central del libro.

El caso es que en la página 51 escribe Enrique de Diego lo siguiente:


Luego vino el big bang autonómico, la veta mayor, que ha devenido en lastre insostenible. Como toda la transición se hizo, a pesar de ser liderada por franquistas, con un intenso complejo de culpa franquista, que introdujo elementos de irracionalidad y, siempre, de cesión, el invento de las autonomías ---un federalismo, que no se reconoce por su nombre, según algunos--- se hizo con criterios semejantes a la descolonización.

El esotérico Madrid, tan utilizado en los discursos victimistas y chantajistas del nacionalismo, cumplió la misión de metrópoli opresora de la que era preciso distanciarse y separarse. Como en la descolonización, lo que se ha producido es el caos.

[...]

Admitir, de manera tácita, los criterios de la descolonización era dar carta de naturaleza la mito más sangriento del siglo XX: la autodeterminación, y situarla como un objetivo alcanzable a medio plazo, por lo que el problema nacionalista lejos de mitigarse no ha hecho más que enconarse progresivamente. Además, se transfirió la educación a las autonomías, y las escuelas, dominadas por los nacionalistas, se han convertido en focos de odio a España.


Lo cual es una interpretación bastante certera, a mi modo de ver, de cómo hemos llegado a donde estamos. Sin embargo, lo que me interesa resaltar es esta idea, que aparece más adelante, en las páginas 56 y 57 del libro:


La historiografía hagiográfica de la transición presenta como un logro la estabilidad producida, cuando se ha producido tanta inestabilidad que la disolución de la nación, con pérdida de su integridad territorial, es uno de los riesgos ciertos del presente [...]


Sin embargo,


El nacionalismo no era determinante al inicio de la transición, y no lo fue en el Parlamento de 1977, en el que cuatro fuerzas políticas nacionales ---UCD, PSOE, PCE y AP--- ocupaban la inmensa mayoría de las bancadas. Sólo el PNV tenía una representación significativa, seguida de Convergencia. Esquerra Republicana sólo obtuvo un diputado.

No había nacionalistas gallegos, ni canarios, ni aragoneses, ni se conocía tal cosa como el nacionalismo balear. Todo esto fueron creaciones de la transición y del principal error de partida, cometido en 1977, con la nefanda Ley Electoral.


¿Podríamos haber tenido una transición sin concesiones gratuitas al nacionalismo? ¿Podríamos habernos ahorrado entregar, a cambio de nada, la integridad del Estado, la libertad que ahora el nacionalismo amenaza tan seriamente?

3 comentarios:

  1. Pues claro que nos lo podíamos haber ahorrado.
    Hubiera bastado con que el delicado proceso de transición no se hubiera dejado en manos de esa panda de semianalfabetos (eso sí: listillos sí que eran, no se les puede negar) que eran Adolfo Suárez y su equipo, y se le hubiera confiado a gente de mayor solidez, capacidad y preparación; verbigracia el profesor Fraga Iribarne (unido, según creo, por lejanos vínculos familiares a don Manuel Fraga, presidente hasta hace pocos años de la Junta de Galicia), que probablemente no hubiera permitido esa extravagante y onerosa payasada del “Estado de las Autonomías”.
    Sin embargo, el problema ahora no es si nos lo podíamos haber ahorrado o no, sino si a estas alturas del disparate la cosa tiene algún remedio.
    Yo me siento pesimista: se han creado unas marañas tales de intereses entre las elites locales, que es ya casi imposible dar marcha atrás y volver a un tipo de estructura estatal más racional. Ningún partido político querría renunciar a esa inmensa fuente de recursos, de poder, de cargos de libre designación, que es el estado autonómico.

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  2. Hay que ser realistas, no pesimistas. Castillos mucho más altos que esta pequeña mierda han caído en la Historia: la Inquisición, el esclavismo, la URSS...

    Todo es ponerse a ello. Abandonemos la estupidez medioambiental y defendamos sin complejos la supresión total del Estado de las Autonomías -posibilidad contemplada cada vez con mayor simpatía por la opinión pública, por cierto-, y dentro de unos años estaremos en camino de vuelta, pese a los corruptos políticos del establishment. Como todo el mundo sabe, los envalentonados nazios sólo tienen la relevancia que les regalaron, cometiendo algo muy cercano a una negligencia criminal, el PSOE y el PP.

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