martes, 5 de mayo de 2009

"Deconstructing Rosalia"

Las vestales galleguistas se han escandalizado con la publicación de un estudio filológico de Andrés Freire criticando el proceso de "normalización" lingüística.
El filólogo se ha tomado la molestia de estudiar y leer para demostrar una tesis que hasta ahora ninguna de las vestales galleguistas ha podido replicar.
Pero sirva el artículo adjunto como ilustración simpática de la misma tesis....


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Lunes 17 de diciembre de 2007
Deconstructing Rosalía (I)
José Luis Alvite


Que lo advierta alguien como X. L. Franco Grande desde su obvio compromiso intelectual, histórico e instrumental con la lengua gallega, resulta incontestable: "O que se escribe en galego acostuma ser, non só de moi pouca calidade, senon un timo à cultura, à intelixencia e ao bo gusto". Por sí sola, esa amarga realidad sería suficiente para explicar lo poco que los gallegos hablan o leen una lengua cuya supervivencia probablemente sería más viable sin no se viese obligada a soportar el sepulcral peso de tantas y tan nocivas ayudas oficiales y si sus supuesto paladines literarios demostrasen una enjundia a la altura de su probada e injustificable vanidad.

Que nuestros muchachos aprendan con más facilidad el inglés que el gallego tiene seguramente mucho que ver con que la lengua de Shakespeare, de Wilde y de Chesterton no ha padecido a lo largo del tiempo las mismas dosis de interesada toxicidad político filológica que afectaron al idioma de Rosalía, de Curros o de Blanco Amor. ¿Puede enorgullecernos que algunos de nuestros alumnos más jóvenes entiendan mejor las noticias de la BBC que las instrucciones pedagógicas de la Xunta de Galicia?
Lo terrible es que, no conformes con que cada generación haga uso de un gallego distinto, hemos caído en la delirante situación de que algunos alumnos empiezan el curso con la incertidumbre de ignorar si el gallego que se hable oficialmente en Galicia al llegar las vacaciones de verano será siquiera el mismo que se hablaba cuando tomaron las vacaciones de Navidad. Desde luego produce desconcierto y sincera tristeza pensar que a Rosalía de Castro su vocabulario y su sintaxis la dejarían para septiembre en cualquier instituto en un hipotético examen escrito sobre el conjunto de su obra. Si para los chavales de ahora el gallego se ha convertido en un idioma difícil, es obvio que para muchos de nosotros se ha estilizado hasta el punto de resultar casi una lengua exótica. ..
Es difícil entender qué clase de atractivo puede ejercer sobre los lectores una lengua cuya eternidad resulta modificada casi cada curso. Que eso ocurra sólo puede parecerle a uno tan desconcertante como si en un viaje entre Ferrol y Vigo nos encontrásemos con que las autoridades tuviesen la alucinante ocurrencia de modificar durante el trayecto las señales de tráfico, el Reglamento de Conductores y el Código de la Circulación. Convendría advertir los perjuicios que tanto cambio puede causarle al espíritu de una colectividad, teniendo presente la idea de que alterarle en el Diario Oficial de Galicia el habla a un pueblo puede resultar tan desvirtuador y tan inmoral como cambiarle en el quirófano a una raza sus peculiares rasgos físicos hasta convertirla en otra raza.

Como es natural, cabe preguntarse a quien beneficia en realidad la constante metamorfosis artificial de un idioma cuya surrealista supervivencia algunos parecen haberse planteado tomando como punto de partida su tenaz y sistemática destrucción. ¿Beneficia acaso a los editores de libros de texto redactados en gallego, felices ante la perspectiva de renovar cada año los suculentos dividendos generados por la constante renovación de los fondos bibliográficos? ¿Sirve tal vez para que los políticos más oportunistas bauticen con su nombre cada una de las reformas lingüísticas que tienen por costumbre perpetrar en descarada e impune rotación?
Sea como sea, el caso es que nuestros políticos no han hecho en este terreno un solo esfuerzo en el que la dudosa tentativa de salvar el idioma gallego no haya servido para otra cosa que para avivar entre los jóvenes su interés por la lengua inglesa, que tiene al menos sobre el voluble vocabulario de la Xunta la ventaja de que permite masticar la comida en el mismo lenguaje en el que se pronuncia al comprarla. Triste, muy triste, la amarga confesión del dolorido Franco Grande, al que imagino seriamente preocupado por la evidencia de que la sofisticación de nuestro idioma solo vaya a servirnos para que Rosalía sea algún día literalmente incomprensible para los descendientes de los paisanos que inspiraron su obra. Triste, muy triste, que en caso de resurrección, Rosalía de Castro se viese abocada a corregir a marchas forzadas sus libros para aprender luego a leer japonés en ellos. Tan triste y tan absurdo, maldita sea, como obligar a un pez a tomar clases de natación.

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Martes 18 de diciembre de 2007
Deconstructing Rosalía (II)
José Luis Alvite

Hay muchos criterios para verificar la calidad de una obra literaria, pero sea cual sea la vara de medir y con independencia de los cánones empleados como contraste, siempre será determinante la opinión del lector. "Sospecho que mi última novela no está al alcance de cualquier persona", dice el escritor pedante, incapaz seguramente de admitir que una obra inteligente y profunda queda fuera del alcance de cualquier lector sólo si es demasiado cara o si está escrita con un candado. Por desgracia, mucha de la producción editorial en lengua gallega es recibida de espaldas por un público que no es lo bastante estúpido como para suponer que lo profundo tiene que resultar por fuerza ininteligible.

Supongo yo que la comprensión de una novela de Suso de Toro, pongamos por ejemplo, no tiene por qué resultar más difícil que descifrar los complejos epígrafes de impreso de la declaración de la renta, aunque pueda suceder que produzcan la misma angustia fiscal. Claro que también puede ocurrir que sea la fácil comprensión de una novela lo que haga más insoportable la mediocridad de su contenido y más recomendable su quema inmediata.
Personalmente sigo en la selección de obras en gallego el mismo criterio que aplico en la compra de libros en castellano. Me guía en esto la razonable intuición de que una novela es mala si su lectura produce en el lector más cansancio que el que se supone que pudo causarle al autor su redacción, dando por sentado que, además, le sale más cara. Cosa distinta es que se deje uno influir por la publicidad y caiga en la tentación de confundir el pulso literario de un autor con su manera de vestir.
En un chat del diario "El Mundo" alguien le preguntó hace tres años a Suso de Toro por qué usaba gafas oscuras. El escritor respondió que se ponía gafas oscuras porque la contemplación diáfana de su rostro en un espejo le producía grima, supongo yo que una grima existencial o algo por el estilo, es decir, una grima metafísica de la que él, en vez de acudir al sicólogo de su editorial, se refugiaba en la óptica. Digo yo que si a un escritor su propia obra la produjese la grima que sin duda se merecen sus novelas, tendría que ponerse guantes antes de seguir escribiendo. ¿Era la suya una explicación razonable? ¿Encubría acaso la tendencia de algunos escritores a llamar la atención haciendo notorio su falso afán de pasar inadvertidos? Es sabido que en su fingida pretensión de no dar en la vista, muchos famosos se ponen gafas de sol para que los reporteros de "El Tomate" los localicen a lo lejos en los aeropuertos. Que algo semejante ocurra en la literatura se debe tal vez a que la divinización de la cultura audiovisual ha obrado una creciente confusión entre popularidad y prestigio, confiando a la plasticidad y al colágeno el impacto que tendría que estar reservado a las ideas.
En la trepidante rotación de imágenes sin sustancia intelectual alguna, la condición de escritor ha de hacerse notar por el aspecto físico, por la apariencia, es decir, por la simple y odiosa publicidad. En ese sentido, ¿qué mejor que llevar sombrero, gafas oscuras y bufanda para que en un abrir y cerrar de ojos el telespectador sepa que eres escritor, aunque sólo hayas abierto la boca para tener un buen motivo por el que volver a cerrarla de inmediato? ¿No es eso lo que ocurre con frecuencia?
Hace poco se le rindió un merecido homenaje a Manu Leguineche en el transcurso de un acto sin apenas eco informativo. El soberbio reportero y escritor acudió en una silla de ruedas que lo hizo invisible. La televisión sólo consagra a los rápidos, a los trepidantes y pretenciosos, a todos aquellos cuya hondura intelectual se presta sin bochorno alguno a ser retratada en el raudo tiempo publicitario con el que se inculca al telespectador su identificación cultural con un refresco, una sopa instantánea o una compresa. Manu Leguineche no podía competir con eso, a no ser que hubiese aceptado acudir a su homenaje subido en un monopatín, en un columpio o en un cadalso. Corren malos tiempos para el pensamiento, lo que explica que no es tu alma, sino tu foto, lo que puede despertar expectación.
Por eso muchos escritores actúan como actúan, conscientes de que a sus lectores lo que verdaderamente les interesa de sus cabezas no son las benditas ideas, ¡Dios Santo!, sino el puto sombrero.

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Miércoles 19 de diciembre de 2007
Deconstructing Rosalia (III)
José Luis Alvite


.Uno de los vicios más graves y más descarados de ciertos escritores en gallego es su mala costumbre de emplear en convencer a los políticos los esfuerzos que tendrían que dedicar a seducir a sus lectores. Convertido en un sórdido arte mendicante, la literatura queda reducida de este modo a simple incensario político. Cualquiera que preste una mínima atención al asunto se dará cuenta de que las manos que sostuvieron un día sin titubeos las pancartas de la lucha partidista, son las mismas que reciben ahora sin el menor temblor las generosas subvenciones del Poder. Incluso hay escritores que resultan ser al mismo tiempo el propietario de la editorial a cuyos sumideros van a parar las capciosas limosnas del Sistema. Resulta entonces que la Administración invierte nuestros impuestos en asegurarle el bienestar a esa secta de escritores cuya mediocre producción literaria es en parte responsable de la insustancial oferta que domina el alarmante yermo editorial.

Se pregunta uno si subvencionar la iniciativa editorial de quienes deterioran de manera tan flagrante la literatura gallega no será un delito de la misma entidad que si se le subvencionase el fuego al pirómano que calcina nuestros bosques.
Cabe preguntarse también qué criterio siguen los responsables pedagógicos en la selección de lecturas obligatorias en nuestros colegios o institutos. Porque la idea de despertar la afición literaria obligando a los jóvenes a la lectura de textos mediocres, cuando no simplemente nefastos, podría resultar tan absurda como esperar que alguien se aficione a la cordelería suspendido al borde de la asfixia en la soga de una horca.
Desconozco la opinión de XL Franco Grande al respecto, pero a tenor de su decepcionada confesión en la prensa, cabe suponer que podría compartir con uno la metafórica suposición de que la mediocridad de nuestra literatura actual en lengua gallega pudiera ser una variante intelectual de la dichosa "crisis del ladrillo".
Si uno acude a su librería de cabecera, hace a un lado a los clásicos y elige a boleo la obra de alguno de los laureados poetas en boga, es más que probable que se lleve a casa uno de esos libros que solo tienen sobre la leña la ventaja de que su combustión en la parrilla del churrasco produce a veces desiguales llamas estilizadas como en verso. Por supuesto, sería uno de esos poetas considerados "genios" por nuestra endogámica crítica literaria, esa otra secta cuyos turbios sacerdotes, con las naturales excepciones, opinan contra reembolso de los libros que reciben como pago a su siempre dócil y generosa condescendencia. Se da en esa relación entre el escritor y la crítica la curiosa sensación de que el zorro entra en el gallinero a sabiendas de que al final del revuelo, será el suyo el único esqueleto resultante de un surrealista festín en el que ni siquiera el hambre puede considerarse inocente, el ridículo tongo de una lucha con la sangre y el sudor pactados, una pelea en la que, extrañamente, solo cabe esperar que conserve su dignidad la muerte.

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Viernes 21 de diciembre de 2007
Deconstructing Rosalía (IV)
José Luis Alvite

Conocí hace treinta años en un pub de Compostela a un muchacho que escribía poemas inspirado por la latente presencia emocional de una musa cuya ausencia, decía él, añadía a sus versos la plusvalía de un lírico fracaso que, por lo visto, perjudicaba su alma tanto como mejoraba la calidad de su obra. Me pasó de madrugada unos cuantos de aquellos poemas mientras me tomaba una copa y debo confesar que su deficiente calidad literaria fue la excusa perfecta para pedir las tres siguientes consumiciones, antes de rematar la velada al borde de un histórico colocón de tinta con ginebra.

Unos días más tarde se presentó en el mismo pub, ahora acompañado de una muchacha que a mi me pareció que se había vestido pasando la cabeza por la funda de la jaula de un cuervo. "Es mi musa", dijo el poeta. Evité el descaro de fijarme demasiado en ella, pero grosso modo me pareció que por su aspecto tan tosco, aquella chica sólo podría haber sido la musa de "Sugar" Ray Robinson. Tomé cuatro o cinco rondas de copas en compañía de ambos y recuerdo que tuve problemas para llevarle el ritmo a la musa del poeta. A su rapsoda no le dije nada, pero pensé que en compañía de alguien como ella sería difícil que el poeta mejorase la salud de su corazón antes de que se le jodiese el hígado. También pensé que el joven vate era víctima de su poca experiencia con las mujeres y que si no cambiaba de musa, sus posibilidades de brillar en la poesía no eran desde luego mayores que las de triunfar en la ferretería. Confieso haber vivido de espaldas a la pulsión poética, pero también es cierto que una chica como aquella a mi me pareció que no sólo ahondaría mi indiferencia lírica, sino que, a mayores, podría causarme disfunción eréctil.
Después fue pasando el tiempo y la vida separó al poeta de su musa, a la que sustituyó por una efervescente vocación política al servicio de Enrique Lister, por quien el poeta confesaba sincera e incondicional devoción. El viejo general resultó ser una musa con más contenido social y revolucionario, pero el rapsoda no tardó en descubrir que su adhesión ideológica a la robusta "madonna" estalinista producía cierta heroica dignidad pero no generaba derechos de autor. Una mañana me encontré al poeta en el aeropuerto de Lavacolla. Su inspiración atravesaba una nueva crisis, esta vez por culpa de haber descubierto que desde el punto de vista poético, el general Lister resultaba tan sensible como una pieza de artillería. Aquel día no me dio ningún verso a leer. No hizo falta. Comprendí su alejamiento del mito revolucionario tan pronto nos sentamos en la cafetería, yo pedí un café y el poeta ordenó una ración de empanada y un güisqui.
A las pocas semanas, aquel doncel de las letras había elegido como musa de sus obras a don Manuel Fraga Iribarne, que resultaba ser una sílfide con el correaje de un centurión.
Ahora es uno de los poetas que mejor partido suele sacar de su probada sagacidad para ponerse al servicio del poder. Nos vemos poco, diría mejor que casi nunca, pero su alimenticia corpulencia institucional sigue escondiendo el mismo pulso literario de cuando le conocí en aquel pub de Compostela y me presentó a su primera musa, aquella muchacha tosca y evasiva con cuyo ácido aliento de furriel escribía el poeta unos versos sin vida en cuya desecante caligrafía cualquier estudiante de ginecología habría aprendido sin dificultad la ligadura de trompas. Como es de suponer, vive exultante de subvenciones, popularidad y laureles. Y de vanidad. Lo último que me dijeron de él fue que se había puesto a dieta para abaratar su estatua...

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Sábado 22 de diciembre de 2007
Deconstructing Rosalía (y V)
José Luis Alvite

Muchos púgiles prosperaron en el boxeo gracias a la generosidad de los mecenas que incentivaron su esfuerzo y su clase con dinero. Tenían condiciones para llegar alto pero a su pundonor les faltaba el legítimo estímulo que suele producir el fiduciario resplandor del níquel. Otros boxeadores, en cambio, se enriquecieron cobrando interesantes sumas por el mero hecho de emplearse a fondo en perder. Muchos de los primeros entraron en la Historia del boxeo; los otros, sórdidos, limitados y vendidos, se conformaron con estar de paso en las efímeras páginas de los periódicos. En el caso de los escritores, no pocas de las plumas más brillantes de la literatura hubieron de esperar años para ver reconocida su categoría porque no fueron comprendidos en su momento, porque su ambición pudo menos que su desidia, o, simplemente, porque no aceptaron el dinero que les ofrecían los políticos por dejarse caer a gusto del Poder. Naturalmente, la integridad del escritor es una cualidad que no se siempre se le puede exigir, sobre todo si pensamos que aunque el prestigio de un hombre puede esperar hasta la posteridad, a su estómago no le resulta tan fácil dejar el hambre de hoy para dentro de dos semanas.

Desde las óptica de las flaquezas propias de la condición humana, se puede considerar razonable la propensión del Poder político a comprar con dinero la lealtad que no puede adquirir con ideas. Lo que resulta absurdo es que los políticos se gasten el dinero en pagar la lealtad de ese puñado de mediocres cuyos textos solo resultan interesantes para ser leídos por algunas papeleras. Es un despilfarro casi tan absurdo como lo sería el de amañar un combate comprándole su derrota a un surrealista boxeador sin brazos.
La problemática relación entre los políticos y los escritores radica tal vez en que el soborno a los intelectuales suele ser consecuencia de que estos hayan convertido su actitud colectiva en atosigante extorsión, creando en el Poder el dilema de soportar estoicamente la arremetida de las plumas o reaccionar pagando con dinero público el precio que se convenga por su docilidad. En este caso, bajo la apariencia de un hipotético fomento de la cultura se esconde realmente el inconfundible aliento de la corrupción, aunque unos y otros, políticos e intelectuales, se compinchen para que los jurados de los premios literarios de encarga redacten sus fallos de manera que en el razonamiento de sus decisiones huela a jabón la mierda.
Las obras galardonadas son entregadas luego para su difusión a las editoriales integradas en el cambalache, llevadas a la imprenta y colocadas en el selecto circuito de librerías adictas, donde, por lo general, la mayoría de esos libros solo sirven para empobrecer el escaparate antes de ser devueltos al almacén para su ulterior conversión en confeti. Estas cosas ocurren en Galicia a escala de lo que sucede en Madrid, donde "uno de los nuestros" acaba de publicar un libro sobre el presidente Zapatero en el que es tan descarada la incondicional dosis de incienso, que en ese texto uno ya no sabe donde acaba la pasión de la literatura y donde empieza la baba de la maternidad.
El panorama es algo diferente en Galicia, aunque solo sea porque aquí las mentiras, aun teniendo las patas del mismo tamaño que en Madrid, tienen más reducida la tirada. Porque aunque resulte un sarcasmo, entre nosotros se considera best seller cualquier libro de Yolanda Castaño cuya desprevenida lectura te arrastre a leer las obras completas de Sánchez Dragó, igual que el hambre hace apetecible comer cualquier cosa que resulte mas blanda que el hueso.
Por suerte para muchos de nuestros escritores más pretenciosos, los filólogos de la Xunta les inculcaron un idioma que los hace encantadoramente ilegibles.

4 comentarios:

  1. Muy bueno lo de Yolanda Castaño. Plas plas..

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  2. *una tesis que hasta ahora ninguna de las vestales galleguistas ha podido replicar*

    Espero que publique usted esta réplica.

    Freire dice muchas cosas que simplemente no son ciertas. Palabras como *auga*, *polbo* o *choiva* ya se utilizaban antes de la primera normalización lingüistica, del 82. Por ejemplo, autores como Castelao

    *Os meus ollos poucas veces esculcaban nas lonxanías; pousábanse mellor no fondo das augas, onde eu podía avista--lo mundo que criou mitos no maxín popular*

    o también
    *VELLO: Envexas, miña rula. Envexas de verche gardada do sol e do sieiro e da choiva. Envexas de verche libre de traballos*

    o Neira Vilas>
    *Ía as romerías, cos outros compañeiros, pero el nin bailaba, nin se metía coas mozas, nin comía polbo*

    o la propia Rosalía de Castro*Uns son árbores muchos e sin follas,
    outros, fontes sin auga*

    Es falso por tanto que esas palabras sean inventadas y formen parte de una supuesta neolengua. No lo son. Llevan muchos años pronunciándose y escribiéndose así.

    En cuanto a lo que dice José Luís Alvite, me gustaría saber cuántos ejemplos conoce cualquiera por aquí de alumnos jóvenes que entienden mejor la BBC que la TVG. Yo no conozco ninguno, y dudo que exista alguno (salvo padres anglófonos).

    Rosalía de Castro suspendería un examen de gallego como lo suspendería Cervantes de castellano diciendo cosas como *dellos*, *lantejas*, *dél*, etc.

    ¿De verdad pretende este hombre que los gallegos hablen como lo hacían en 1800?

    Las modificaciones *casi cada curso* se reducen a 2 desde 1982 (dos modificaciones de la primera normativa de hace más de 25 años). Casi cada curso... Y los políticos oportunistas a los que se refieren supongo que serán los del PP, que impulsaron ambas nuevas normativas (en el 95 y en 2002). El bipartito no la tocó en 4 años que gobernó, qué casualidad.

    Rotsa

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  3. ¿Modificar dos veces las normativas de un idioma en 25 años parece poco? :D:D:D

    En fin...

    La defensa ultramontana de los principios antidemocráticos nacionalistas no tiene nada de extraño entre comentaristas habituales de este blog...

    Paisanaje...

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  4. ¿En dónde he dicho yo que modificar una normativa dos veces en 25 años me parezca poco, mucho, o siquiera correcto o incorrecto?

    Respuesta: En ningún sitio (y aún encima se ríe, nuestro anónimo).

    Digo que decir que se modifica *casi cada curso*
    es una exageración muy grande que no se corresponde con la realidad.

    ¿Le parece a usted mal, fatal, una vergüenza, y muy perjudicial para el idioma gallego que el PP modificase dos veces, en el 95 y en el 2002 la normativa? Pues vale, no seré yo quien le diga lo contrario. Pero por favor, no me hable de *defensa de principios antidemocráticos nacionalistas* cuando fue el PP el autor de ambas modificaciones a la normativa.

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