miércoles, 2 de noviembre de 2005

Sembradores de odio (Pío Moa)

He mandado el siguiente artículo a La Vanguardia, en réplica a otro aparecido en dicho periódico. Comprendía que mi empeño tenía pocas probabilidades de éxito, pues en el “balneario” de la corrupción en que han convertido a Cataluña el frente popular de separatistas y sociatas, la libertad de expresión, y otras, está muy seriamente mutilada. Pero, como decía al final, esperaba que a los mandamases de la casa les picase la “honrilla” profesional. Ni por esas. Envié el escrito hace cosa de dos semanas, y llamé para saber si pensaban publicarlo. Me contestaron que naturalmente, sólo estaba pendiente el día. Llamo tres días después y me piden el teléfono para darme respuesta. Por supuesto, no llaman. Otros tres días, y vuelvo a telefonear yo. Ahora resulta que estaban estudiando la publicación, pero debía de ser un problema muy arduo, porque no decidirían hasta una semana más tarde, el viernes. Como la tomadura de pelo saltaba a la vista, estuve tentado de mandarlos a paseo, pero preferí esperar. Y el viernes, 28, insisto y me explican que no, que no piensan publicarlo, pero que puedo mandarles una carta al director con extensión máxima de 20 líneas. Esto es respeto a la libertad de expresión y al derecho de réplica, al estilo del balneario.

Conozco bien las fechorías de los nacionalistas contra la libertad de expresión, la asfixia de las voces discrepantes, bien organizada ya por Pujol y compañía, por medio de la corrupción y del chantaje por medio de la publicidad institucional y otras vías. Ante tal situación de semidictadura, muchos se preguntan qué hacer. Pues bien, si está usted en Cataluña, no baje la cabeza ante quienes están hundiendo a esa región, y a España entera, en un pantano de silencio y totalitarismo. Difunda este artículo, y otros muchos de interés, entre sus conocidos, instándoles a que los difundan a su vez, repártalos en su trabajo, cuélguelos a blogs y foros de internet, haga fotocopias, envíe cartas de protesta a la prensa, aunque no se las publiquen, trate de hacer, por todos los medios, que miles de ciudadanos conozcan otras voces que las de los “predicadores del odio con palabras suaves”, como tan acertadamente definió a Pujol el comunista Anguita (algún acierto hubo de tener).

Están en juego algo más que intereses particulares. No caigamos en la pasividad, demos la batalla de la opinión pública, contrapesemos con la actividad de todos el granhermanesco dominio mediático de los enemigos de la democracia y de la unidad de España. Denunciemos cada una de sus vilezas.

He aquí el artículo:

En un reciente artículo, D. Antoni Puigverd llamaba “sembradores de odio” a Aznar, Jiménez Losantos y otros que defendemos la democracia española, y establecía un paralelismo extraño con Yugoslavia. Alguien capaz de tal confusión no cambiará de idea por una simple réplica, pero la libertad exige que los lectores tengan otra versión.

A mi juicio y al de muchos otros –más cada día– la Constitución está hoy seriamente amenazada. Parte de la amenaza viene de los separatismos vasco, gallego y catalán, que desde hace años se proponen una Segunda Transición, de la democracia a la desmembración de España, pretextando que no acaba de resolverse el problema del “encaje” de estas tres regiones en el “Estado”. Problema creado y exacerbado sin tregua por dichos separatismos, precisamente.

Un gran paso reciente en esa línea ha sido el estatuto aprobado por el Parlament. No es de autonomía, pues implica la separación práctica bajo una tenue cubierta que permitiría a los nacionalistas catalanes intervenir sin contrapartida en el resto de España (ya ocurre en la relación PSC-PSOE). Tal es la ambición originaria del nacionalismo catalán: hacer de Cataluña una nación aparte, supuestamente superior, más europea, que el resto del “Estado español”, pero manteniendo con éste unos leves lazos políticos, a fin de dirigirlo en provecho propio. Y de paso evitarían el riesgo de quedar excluidos de la Unión Europea. La maniobra recuerda las advertencias de Azaña sobre la tortuosidad de esos nacionalistas: “son como la yedra”. Quieren liquidar la Constitución mediante un hecho consumado y como quien no quiere la cosa. Sus pretensiones, de cumplirse, crearían en toda España una polarización y una crisis política de imprevisibles efectos, y debe quedar claro desde el principio quiénes están provocando el proceso balcanizante.

El estatuto es antidemocrático, basado en ideas histórica y demográficamente falsas, como que el idioma “propio” de Cataluña es el catalán, con exclusión del español común que vincula la región al resto del país. No sólo el español común es la lengua de mucha de la mejor literatura catalana, sino que, por su extensión y prestigio en el mundo, aporta a Cataluña una riqueza invalorable (y no mal aprovechada). Además, la mitad de los catalanes lo tienen por lengua materna. La concepción del estatuto, sectaria y contraria al pluralismo democrático, ataca también ahí la Constitución que establece las libertades en toda España, incluyendo, desde luego, el Principado.

Aquellas ideas sectarias han hecho de Cataluña y las Vascongadas las regiones con menos democracia de España. En Vascongadas la acción concertada de quienes sacuden el árbol y quienes recogen las nueces ha anulado en gran parte las libertades. En Cataluña no ha llegado tan lejos el proceso, ni la relación con los terroristas ha sido tan directa, pero también ahí los separatistas han concluido con los asesinos acuerdos que sólo se pueden calificar de gangsteriles, y también ahí el déficit de libertad es grave y creciente. Y no por primera vez en el mundo unos parlamentarios imbuidos de mesianismo degradan un Parlamento votando medidas contra la democracia.

El señor Puigverd afirma: “en lo que respecta al Estatut, nada impide, a pesar del reticente lenguaje en el que ha sido redactado, que se convierta en un instrumento para mejor encajar Catalunya en España. Nada lo impide si, naturalmente, tiene lugar una democrática y respetuosa negociación”. ¿Reticente? Buen eufemismo. ¿Negociación democrática? Muy bien. ¿Y por qué no negociar, en vez de unas normas desestabilizadoras, otras que garanticen las competencias básicas del Estado contra la escalada secesionista, o los derechos de los castellanohablantes, o que la enseñanza pública no se convierta en aparato de propaganda de un o unos partidos, o que minorías sobrevaloradas no impongan su voluntad mediante una ley electoral defectuosa? Esto favorecería la democracia y la estabilidad del país, y también el “encaje” de Cataluña, mientras que cualquier avance en la dirección actual nos lleva, con toda evidencia, a los Balcanes.

¿Y qué decir del respeto? Empieza el señor Puigverd por referirse a mí de modo muy ofensivo, cosa poco importante porque no ofende quien quiere. Pero necesitaríamos muchas páginas para reseñar las agresiones verbales y no verbales, los desplantes y ofensas de todo género realizadas estos años por los nacionalistas catalanes, en todos los medios de comunicación, contra los sentimientos e intereses de los españoles en general. No parece muy sincero invocar el respeto cuando ya esas actitudes empiezan a generar irritación y respuestas a veces destempladas.

Un truco, de corte totalitario, que utilizan mucho estos señores, consiste en confundirse con Cataluña y motejar de “anticatalanista” cualquier crítica a ellos. Lo mismo hacían antaño los falangistas con respecto a España, lo cual indica algo. En cuanto a mí, nunca he confundido a Cataluña con las piruetas lamentables de los nacionalistas, con sus epopeyas irrisorias (La Triple Alianza de 1923, amenazando con la lucha armada, el esperpento de Prats de Molló, la rebeldía por la Ley de contratos de cultivo o la rebelión del 6 de octubre del 34…), ni con su costumbre de pasar la hipocresía por moderación. Ese nacionalismo siempre ha desestabilizado los regímenes de libertades, fueran la Restauración, la República o la democracia actual, y cuando, en parte por sus acciones, llegó una dictadura, jamás ha sido capaz de hacer oposición real a ella. Creo que el nacionalismo sólo ha aportado a Cataluña convulsiones y una combinación de victimismo y narcisismo a menudo eficaz (fue la base del éxito de Hitler), pero que rebaja a quienes la promueven o la adoptan.
La petición del señor Puigverd no puede ser más reveladora: amordazar a los medios de expresión que le disgustan, acusándoles de “sembrar el odio” y so pretexto de “responsabilidad” de los periodistas, un lenguaje bien conocido en el franquismo. Yo no me opongo a que los muchos señores Puigverd de toda España expongan sus opiniones, siempre que quienes discrepamos de ellas podamos hablar también. Pero este señor pretende extender al resto de España la censura que los nacionalistas han logrado imponer ya de hecho en Cataluña, y de la que tengo buenas pruebas. Escribo este artículo a La Vanguardia sin la menor seguridad de que me lo publiquen, aunque con la esperanza de que les pique la honrilla profesional y democrática. Después de todo llevamos más de un cuarto de siglo de vigencia, aunque relativa, de la Constitución, y algo de su espíritu debe quedar todavía.

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