De un amigo que estuvo en la manifestación del pasado sábado.
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Si Libelista reconoció lo tardío de su crónica, (“La mani de la gente corriente”) este intento mío no es ya una crónica, sino una evocación. En mi descargo: que no soy cronista.
Pero empecé justo al llegar.
“Son las seis de la mañana; acabo de llegar a casa después de un viaje de casi 9 horas en autobús, pues salimos a las 21 de Madrid, al acabar la manifestación de ayer. Todo en orden: mi hijo, como todos los domingos, aún no ha vuelto”.
¿Cuántos éramos? Sólo puede calcularse desde fuera. Éramos muchos y pocos, como siempre. Con todo, no me satisface ese cálculo pseudocientífico de seis hectáreas de recorrido y la inferencia de 2 manifestantes/m2. En el cálculo de esa superficie del recorrido no se tienen en cuenta las calles adyacentes y afluentes, y los que estuvimos pudimos comprobar que la manifestación desbordaba el recorrido por todas partes. Aún hubo que caminar un buen trecho aledaño para encontrar un bar en el que poder descansar un poco, bastante después del rompanfilas. Tampoco veo claro cómo se considera el aspecto más de flujo que de stock, que tiene una manifestación a la hora de calcular el total de manifestantes.
Los prolegómenos.
Me había levantado a las 5:10 para estar a las 07:00 en la plaza de Orense (La Coruña conserva estos fraternales topónimos de una época en que el propio ombligo no lo era todo). De allí salía el autobús.A las 6:15 me llaman por tfno., que si voy o no voy (estupor); que claro que voy; que el autobús tenia que salir a las 6; (nervios, muchos nervios) ¿qué es eso de las seis, si a mí me dijeron claramente, y lo tengo anotado, que a las siete, de la Plaza de Orense; que si no me llamaron para avisarme del cambio; que si usted qué cree –conversación entre gallegos-; que si voy o no voy; que, desnudo, cinco minutos, vestido, diez; que me esperan –no pregunté cómo: me vestí-.
Diez minutos más tarde:
No era un autobús, sino un microbús. No estaba lleno: conmigo, éramos siete. No daba crédito. Ocupé, desolado, un solitario asiento. Salimos casi a la 6:30. Otra víctima de la desorganización se quedaba en tierra: su teléfono, con bastante buen juicio, estaba apagado o fuera de servicio hasta las 06:30 (mi solidaridad con el manifestante desconocido y frustrado. Me imagino su desolación, mayor que la mía, al llegar a la Plaza de Orense y encontrarse con la nada)¡Siete! Un monovolumen grande hubiera bastado. La contribución de mi orgullosa ciudad, ... tal vez de buena parte de mi provincia.
Salimos para Santiago. Allí, creo, subió una persona –la intensidad de los primeros momentos me había agotado y yacía en duermevela-. En la Mezquita, en Orense, dejamos el microbús y subimos al autobús que venia de Vigo. Su contribución, el doble que la de Coruña. Pero no podíamos seguir viaje. Allí estuvimos retenidos mucho tiempo. Hubo un conato asambleario. El conductor decía que no haría el viaje si no había condiciones de seguridad, y proyectaba la incertidumbre sobre el regreso, de noche y en condiciones tal vez peores. Mahoma, irritado por la irreverencia de tanto infiel, nos retenía en la Mezquita. Finalmente llegaron noticias mejores de la Guardia civil y nos pusimos en marcha, aunque resignados a no llegar o llegar demasiado tarde para la manifestación. Circulamos despacio al principio, y en bastante trecho, nevando. Luego hubo una súbita mejoría, e incluso vimos, hacia el norte, un trozo de cielo azul. Aumentó la velocidad, que ya se mantuvo, incluso aunque volvió a empeorar el tiempo, pero sin nieve. Íbamos a llegar a tiempo.
En la asamblea de La Mezquita habíamos contactado otro manifestante, un poco más joven, y yo, siguiendo el ancestral instinto escolar –los niños con los niños, las niñas con las niñas (distinto sería si Biurrun hubiera podido venir, claro)-. Y entablamos conversación, primero, como era de rigor, por la cuestión meteorológica, no sólo pertinente, sino decisiva de nuestro inmediato destino; pero, a medida que se fue despejando, pasamos a otros temas. Mi acompañante sostenía que el nacionalismo se había incautado del viejo galleguismo, envenenándolo como todo lo que toca, y se negaba a renunciar a ese galleguismo auténtico por el mero hecho de que los nacionalistas se hubiesen posesionado de él enteramente. Yo dudaba si en el viejo galleguismo –aunque no, tal vez, en los viejos galleguistas, fugaces frente a la permanencia de la idea- no estaba ya el germen del nacionalismo; si el nacionalismo no es la consecuencia extrema de un principio que no evidencia su perversidad en su origen, pero que no tiene otra línea de crecimiento, por predestinación genética; si los galleguistas, en fin, no son unos nacionalistas a mitad de desarrollo.
Hablamos de Cunqueiro y sus anécdotas, que él conocía mejor que yo, aunque yo había leído en la nueva web propagandística del gobierno regional la noticia de la presentación en Casablanca de la primera traducción de una de sus obras al árabe. Es un logro notable de la política cultural e internacional del gobierno regional, que se enmarca en la alianza de civilizaciones. Para un país en el que se editan menos libros que en cualquiera de las comunidades autónomas españolas –constatación meramente cuantitativa- la irrupción de una obra de un autor occidental, más occidental, imposible, en su mercado editorial constituye un hito de la galleguidad. De hecho, la promoción del evento no se dejó al mercado: la Directora general de política lingüística (gallega, no árabe) encabezaba la expedición, incluyendo en el séquito sufragado por el presupuesto a un hijo del prócer. Recordé que la Administración pujolista había regalado a los escolares de procedencia árabe un diccionario árabe—catalán para evitar intermediaciones odiosas. En fin, nos reconocimos ambos entusiastas de D. Álvaro, pese a su falangismo de necesidad. (Como Torrente, debió considerar que la alternativa era aún peor).
Pero como íbamos a una manifestación convocada por la AVT, finalmente hubo que hablar del asunto. Mi compañero sostuvo que antes o después El Estado tendría que “hablar con ETA”. Se me encendieron las alarmas. Había madrugado más que yo, y aún había soportado la espera añadida por mi involuntario retraso. Estaba haciendo un viaje que no era de placer para estar con las víctimas en la manifestación. Pocas veces comprendí la fuerza irresistible del canon establecido: una vez se asume de manera generalizada que determinado fenómeno criminal es resistente a la terapia del Estado de derecho, se acepta también que el Estado de derecho puede quedar en suspenso –negarse a sí mismo- por y para un tratamiento incompatible con su esencia. Maldita sea la hora en que aquel presidente tuvo la ocurrencia de decir “movimiento vasco de liberación nacional”. Me es imposible levantar esa hipoteca. En fin, yo le manifesté mi opinión de que el crimen no se trata con diálogo ni con negociación, sino con la aplicación de la ley; retrucó que él se refería, únicamente, a acordar los términos de la rendición, incluso de una rendición incondicional, pues había que tratar detalles técnicos como, por ejemplo, la entrega de las armas. Yo dije que no veía la necesidad, porque el Código penal, la Ley de Enjuiciamiento Criminal deben prever el decomiso, depósito o secuestro de los útiles y efectos del delito, y los procedimientos para decidir su destino. A fin de cuantas, se han incautado toneladas de armas a ETA al margen, o incluso en contra, de todos los “diálogos” improcedentes que hayan podido mantenerse.
Lo que está claro es que, habiendo renunciado el Parlamento español a la solución del terrorismo de ETA –no así, de momento, para otros- y autorizando remedios ajenos, no sé si contrarios, a la legislación vigente –si no, ¿a qué vino esa autorización al Gobierno, solicitada por el Gobierno para …?- En fin, que los hechos están dando la razón a mi reciente amigo. Y bien que lo siento. Incluso creo que él también lo siente.
Una discusión muy animada. Me temo que permanecemos donde estábamos, pero los dos nos manifestamos con las víctimas y con unos cuantos cientos de miles de ciudadanos –no me atrevo a precisar-.
Subiendo desde Colón hacia República Argentina, sólo pudimos llegar a la desembocadura de López de Hoyos. Había demasiada gente para seguir avanzando, y decidimos esperar allí a la cabecera de la manifestación, para ir en pos.
Allí, un amigo con el que nos encontramos gracias a los sms nos contó que había tenido que dejar Galicia, donde tenia un trabajo que le gustaba, pues no pudo encontrar un colegio que impartiese la enseñanza en castellano: todos alegaban estar sujetos a normas de la administración regional, que impone una parte de las asignaturas en la lengua vernácula. Ni pagando. Eso me recordó las declaraciones de un político catalán que dijo que quienes quieran allí educación en su lengua –si es el castellano- que paguen, como los japoneses. No me lo creo. Si la situación es la misma, y me temo que sí, dada autonomía de emulación fotocopiadora que se ha instaurado entre nosotros –contra el uniformismo, precisamente- ni siquiera pagando, puede un grupo de padres promover un centro no sujeto al totalitarismo lingüístico, ni, por otra parte, substraer a sus hijos de la estupidez del sistema instaurado, por el costoso expediente de pagar preceptores o educadores particulares. La educación es un derecho, pero la educación estatal es también un deber que no admite modalidades de cumplimiento, excepto, de momento, en lo que a religión se refiere. El dogma lingüístico instaurado por el nacionalismo con la complicidad criminal de todos los demás, es mucho más férreo –ya Tocqueville previno contra estas cosas, pero en vano, porque nuestros próceres no leen-
Describir la marcha, no puedo hacerlo. Ya lo han hecho muchos, Lucrecio en su conocido blog y Libelista, en el no menos digno de ser conocido, y yo me encuentro perfectamente descrito. Charlábamos, aplaudíamos, coreábamos algún no sé como llamarlo, no eran consignas, porque no habían sido decididas por ningún directorio; a veces, el genio popular proponía, y tenía éxito, alguna proposición poco lógica, como, por ejemplo “no son presos, son asesinos” que nuestro espíritu crítico nos impedía secundar, aunque compartíamos la intención y la emoción. Una cosa observé, a este respecto: “zapatero, dimisión” hizo su aparición mucho antes y mucho más que en la manifestación del 4 de junio. Y yo me sumé a ella sin las reticencias de entonces. A fin de cuentas, ¿quién era el culpable de que yo tuviera que estar allí, tan lejos de mi casa y de mis quehaceres preferidos? Hemos recibido un par de vueltas de torno desde entonces. Ciertamente, somos unos manifestantes aficionados. Aún no tenemos costumbre, ni callo, ni voz. Pero zp no cejará hasta hacernos unos virtuosos de la manifestación.
Quedamos demasiado lejos del acto de clausura, y apenas adivinábamos la voz del Presidente de la AVT interrumpida a veces por los aplausos. Y así acabó aquello, con la inacabable dispersión de una multitud inmensa, en busca de un bar cada vez más lejano, vista la ocupación de todos los más próximos, donde descansar un poco, reponer fuerzas, charlar un poquito con los amigos, y vuelta al autobús Rías Baixas. Nombre apropiado dada la mayor contribución de Vigo.
Salimos a las 21, entre cabezaditas y charletas. Paramos en A Gudiña, y luego en La Mezquita otra vez, para separarnos de los de Vigo y hacer el trasbordo al microbús, que había tenido tiempo de enfriarse. Llegamos a Coruña a las 6. Intenté ponerme a escribir inmediatamente, pero las actividades de la vida diaria, ...
No he tenido tiempo, ni tengo talento, para hacerlo más breve.
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Oye, Rouco, ¿por qué no se puede estudiar en algún colegio en Galicia, privado o público, enteramente en gallego o enteramente en castellano? ¿Por qué no podemos elegir? ¿Por qué esta hibridación estúpida fruto del nacionalismo imbécil del PPdG?
ResponderEliminarPero qué parbo eres Rouco!
ResponderEliminarPareces el niño ese de Astérix en Hispania (no en Gallaecia) que hacía pucheros e hinchaba los carrillos. Sólo que tú no eres un crío.
Vale, y Fraga no negó el holocausto, mentiroso.
ResponderEliminarPárvulo.
Y al parecer en ese libro dice que NO está de acuerdo con lo que dice el autor.
ResponderEliminarEn todo caso, ya que tú mantienes que Fraga negó el holocausto judío yo sólo te pido que lo demuestres.
Eres un calumniador. Bueno... eres tantas cosas, hasta un defensor de una apología de la violación.
Vamos, eres todo un ejemplo a seguir, sí.
No sé en que acabó lo de Toques. Quiero decir, lo que se demostró fehacientemente. A mí en principio no me 'huele' bien (el alcalde).
ResponderEliminarAhora, mucho peor es tu defensa (sí sí, la tuya Rouco) del poema aquel de Pondal que es una apología de la violación.
A Fraga lo veo como miembro honorario del benegé por su política de inmersión lingüística y a ti en el mismo saco que el alcalde de Toques.
De nada de eso me tengo que responsabilizar yo, que voy por otro lado.
Por cierto, en mi aldea siempre se dijo "fai frío" (y yo lo seguiré diciendo así, claro).
Me permito repetir comentario de 'libelista' en el artículo aquel de pondal:
ResponderEliminar«Precisando a Rouco: el alcalde de Ponferrada fue condenado por "acoso sexual"; el alcalde de Toques, por "abuso sexual a una menor".
Violación, abuso y acoso son delitos diferentes, aunque igualmente repugnantes, los cometa quien los cometa.
La diferencia entre mi loro y vosotros, cotorritas, es que mi loro cuando ve a un tío del PP que comete algún delito o abuso, exige su expulsión inmediata y que purgue su falta; mientras que la mayoría de vosotros no estáis preparados para reconocer que entre los de vuestra cuerda hay tantos indeseables como en cualquier otro grupo humano. El ex alcalde de Vigo, del BNG, Lois Castrillo pegándole a su mujer, por ejemplo. Y el partido echando tierra sobre el asunto. Nadie le pidió siquiera explicaciones.»