Al escoger mi seudónimo, confieso que únicamente pensé en su sonoridad. Catón el Viejo, a quien robé el nombre, no es una figura que me resulte especialmente simpática. Acaso no haya tenido suerte con su legado. La única obra escrita suya que se conserva es De Agricultura y en ella recomienda liberar a los esclavos ancianos (o sea, dejarlos tirados en la calle), porque ya apenas pueden trabajar y son más carga que otra cosa.
No, el viejo Catón no era un hombre simpático. Durante el tiempo en que fue Censor, depuró la lista de ciudadanos de aquellos que no eran virtuosos. Consiguió que Roma expulsara a Escipión el Africano, vencedor de Aníbal y héroe salvador de la República. Se opuso a la invasión cultural griega, promovida por el círculo de los Escipiones (trajeron a Roma, entre otras cosas, el “nefando vicio de los griegos”). Para los aficionados a normalizaciones lingüísticas, Catón también es importante: Se negó a hablar en griego a la Asamblea de ciudades helenas, afirmando que el latín era tan buena lengua como cualquiera. Un orgulloso reaccionario.
Destacó entre sus contemporáneos por sus discursos, secos como látigos. Los terminaba todos con la misma frase. Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (Por lo demás, sigo pensando que Cartago ha de ser destruida) Poco después de su muerte, Cartago fue destruida en la tercera guerra púnica, una vil carnicería. Los romanos, tan supersticiosos, abjuraron de sus votos al hacerlo y muchos pensaron que esta matanza nefasta provocó la enemiga de los dioses. Dos siglos más tarde, Tácito diría, tras repasar las catástrofes ocurridas a Roma, que “a todos quedó claro que a los dioses no les preocupaba nuestra seguridad, sino vengarse de nosotros (non esse curae deis securitatem nostram, esse ultionem)".
El gran seguidor de Catón fue su bisnieto el Uticense. Catón el Joven era tan severo que vestía de lana y caminaba descalzo, al modo antiguo. Fue el gran enemigo de César y líder de la facción aristocrática del senado. César, harto de él y de los suyos, cruzó el Rubicón y humilló a sus enemigos. Les perdonó a todos, pero Catón se negó a aceptar ese perdón. Su suicidio fue su gran victoria sobre César. Tan fue así que el entonces dictador se sintió obligado a polemizar con el fantasma en una obra, Anticatones, tristemente desaparecida. Pero la victoria póstuma fue para Catón. Los poetas le dedicaron sus mejores versos. Desde Virgilio (subiecto toto orbe, plerumque –excepto- feram animam Catonis) a Lucano (Victrix causa deis placuit, sed victa Catoni/ La causa vencedora agradó a los dioses, pero la vencida a Catón). Esta última frase preside el cementerio de Arlington.
Perdonadme esta digresión histórica. Llueve, mi bici está rota y soy tan plúmbeo que no se me ocurre otra cosa que hacer.
No, el viejo Catón no era un hombre simpático. Durante el tiempo en que fue Censor, depuró la lista de ciudadanos de aquellos que no eran virtuosos. Consiguió que Roma expulsara a Escipión el Africano, vencedor de Aníbal y héroe salvador de la República. Se opuso a la invasión cultural griega, promovida por el círculo de los Escipiones (trajeron a Roma, entre otras cosas, el “nefando vicio de los griegos”). Para los aficionados a normalizaciones lingüísticas, Catón también es importante: Se negó a hablar en griego a la Asamblea de ciudades helenas, afirmando que el latín era tan buena lengua como cualquiera. Un orgulloso reaccionario.
Destacó entre sus contemporáneos por sus discursos, secos como látigos. Los terminaba todos con la misma frase. Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (Por lo demás, sigo pensando que Cartago ha de ser destruida) Poco después de su muerte, Cartago fue destruida en la tercera guerra púnica, una vil carnicería. Los romanos, tan supersticiosos, abjuraron de sus votos al hacerlo y muchos pensaron que esta matanza nefasta provocó la enemiga de los dioses. Dos siglos más tarde, Tácito diría, tras repasar las catástrofes ocurridas a Roma, que “a todos quedó claro que a los dioses no les preocupaba nuestra seguridad, sino vengarse de nosotros (non esse curae deis securitatem nostram, esse ultionem)".
El gran seguidor de Catón fue su bisnieto el Uticense. Catón el Joven era tan severo que vestía de lana y caminaba descalzo, al modo antiguo. Fue el gran enemigo de César y líder de la facción aristocrática del senado. César, harto de él y de los suyos, cruzó el Rubicón y humilló a sus enemigos. Les perdonó a todos, pero Catón se negó a aceptar ese perdón. Su suicidio fue su gran victoria sobre César. Tan fue así que el entonces dictador se sintió obligado a polemizar con el fantasma en una obra, Anticatones, tristemente desaparecida. Pero la victoria póstuma fue para Catón. Los poetas le dedicaron sus mejores versos. Desde Virgilio (subiecto toto orbe, plerumque –excepto- feram animam Catonis) a Lucano (Victrix causa deis placuit, sed victa Catoni/ La causa vencedora agradó a los dioses, pero la vencida a Catón). Esta última frase preside el cementerio de Arlington.
Perdonadme esta digresión histórica. Llueve, mi bici está rota y soy tan plúmbeo que no se me ocurre otra cosa que hacer.
Los catones fueron el paradigma histórico del reaccionarismo: ni más ni menos.
ResponderEliminarCésar fue producto de su tiempo y un tirano predestinado por la fatalidad de la decadencia republicana. Su asesinato fue uno de los actos más dramáticos de la historia de la humanidad (tan dramático como hubiese sido el que Alejandro hubiese sido asesinado antes de vencer en Issos o Gaugamela). Catón no defendía un sistema que funcionase sino uno que no funcionaba en absoluto, Catón defendía la rectitud de quiénes no podían ser rectos, Catón al final acabó rodeado de disolutos y corruptos y se suicidó en un acto de pantomima tras ser completamente derrotado en Tapso. Como digo el régimen que defendía ya no existía ni podía existir y su papel no fue sino el de tonto útil de las ambiciones de otros: un fanático.
Dejará para la posteridad su increíble moción pidiendo que César fuese entregado a los germanos por haber inclumplido el derecho de gentes al atacar a traición a los usípetes... Un hombre que pedía el descrédito y vilipendio público de César no podía estar muy bien de la cabeza o no debía ser muy recto.
Salud y libre comercio
De acuerdo contigo, Isidoro, siempre que no olvidemos que el gran César pacificó las Galias tras haber provocado una guerra de destrucción apenas vista antes que él. Su ambición no conocía límites y, cito de nuevo a Lucano, "solusque horror non vincere bello"; su único miedo era vencer sin lucha.
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