Que se queden en casa los soldados

La insensatez es un valor en alza en la política exterior occidental. La española destaca entre todas por su adanismo y su optimismo antropológico. En nuestros tiempos, las viejas virtudes del realismo y un razonable pesimismo ante la realidad de las cosas humanas, resultan cada día más lejanos.

Piénsese en la misión de la ONU para el Líbano, que dispone el envío a la zona de una fuerza internacional para preservar la paz. Los franceses que, pese a su duplicidad, conservan aún ciertas dosis de realismo ya están poniendo reparos. La misión es ambigua y esa ambigüedad es preludio de problemas. El propio ZP ha tenido que reconocerlo.

Aunque la resolución no fuera ambigua y los contendientes la aceptaran yo me seguiría oponiendo. El dilema de cualquier misión de paz es obvio. Los peacekeepers pueden hacer algo o no hacer nada. En este último caso, caeríamos en la infamia ocurrida en Kosovo (¿se acuerdan de aquello?), cuando nuestras tropas miraron a otro lado mientras los albaneses expulsaban de allí a los serbios, los gitanos, los turcos, los judíos y, en fin, a cualquiera que no fuera albanés y musulmán. Nuestros soldados tampoco les impidieron que destruyeran todas las iglesias cristianas y convirtieran la provincia en el centro europeo del crimen organizado.

En el caso del Libano, no hacer nada significa dejar que Hizbollah siga fortaleciéndose, rearmándose y preparándose para la próxima guerra. Para eso, que se queden en España.

Hacer algo, por el contrario, implica afrontar a la milicia islamista. Significa, por tanto, que nuestros soldados hagan el trabajo que no han hecho los ejércitos israelita ni libanés. Enfrentarse militarmente a Hizbollah y derrotarlos. Y no creo que eso sea misión para nuestros soldados.