Nacionalista en el siglo XXI

He de hacer una pequeña confesión: Hasta que empecé a escribir en este blog, tenía por costumbre no discutir jamás sobre nacionalismo. Es un tema tan superado, tan decimonónico, que sólo cabezas hueras y arcaicas pueden tomárselo en serio. En el siglo XXI, es menester una grave idiocia para considerar que es posible construir nuestro armazón jurídico-político sobre la idea de nación.

Que nadie se engañe: Las naciones europeas murieron hace un siglo en Verdún y en el Somme. Sus estertores se prolongaron 30 años, y sobre el altar de la patria se edificaron las guerras totales y los campos de concentración. La historia se repite y, como dice Marx recordando a Hegel, lo que antes fue tragedia, ahora no es más que farsa. Una vez que nos libramos del pesadísimo "Dios mío, ¿qué es España", ahora sus sucesores fatigan nuestros oídos con la murga de Galiza.

Es por eso que puedo discutir con un independentista catalán, con alguien que piense que en el estado actual del mundo las unidades políticas más pequeñas pueden sobrevivir. Pero como empiece a hablarme de construcción nacional, de lengua propia, de a-normalización lingüística, pierdo la paciencia y les digo que se vuelvan al siglo XIX

De ahí que, en mi libro, quien se defina hoy como nacionalista está admitiendo que es un cobarde intelectual, un renegado de la historia. Alguien incapaz de afrontar nuestro mundo abierto y confuso, y que prefiere el dulce cobijo de las mentiras halagadoras.