El juez Vázquez Honrubia cree que se quedaron a un paso de rebasar la libertad de expresión El fiscal pedía para cada uno 10.800 euros por injurias graves en un artículo y una viñeta
MANUEL MARRACO
MADRID.-
Los tres acusados que se mofaron del Rey por cazar un oso borracho (borracho el oso, ayer se juzgaba si ellos afirmaban que también el monarca) han sido absueltos «por muy poco». Así lo decidió el juez Central de lo Penal de la Audiencia Nacional nada más concluir la vista oral. A juicio de José María Vázquez Honrubia -el mismo que dictó las condenas de El jueves y los quemafotos-, no rebasaron «por poco» la línea que separa la libertad de expresión del delito de injurias, y existe una duda razonable sobre sus intenciones que debe llevar a la absolución.
En el caso de Antonio Rodríguez y Javier Ripa, se trata de periodistas de Deia encargados del suplemento humorístico Caduca Hoy. En octubre de 2006 publicaron una fotocomposición que mostraba al Rey junto al cadáver del oso Mitrofán, un plantígrado de feria al que se habría emborrachado con miel aderezada de vodka para ponérselo a tiro a Don Juan Carlos durante una cacería en Rusia (episodio denunciado por el diario Kommersant que luego desmintió la fiscalía rusa). El oso aparecía sobre un barril de «bodegas Caza-lla» junto a la pregunta de si lo emborracharon para que estuviera «en igualdad de condiciones» con el Rey.
En el caso de Nicolás Lococo, de su hilarante intervención se extrae no sólo su absolución, sino que se trata de un tipo peculiar, profesor particular de filosofía, cuasi teólogo («me faltan dos asignaturas»), además de mileurista y aficionado a remitir sus artículos a la prensa por si tienen a bien publicarle. Así sucedió en Gara y Deia, que reprodujeron Las tribulaciones del oso Yogui. Entre las expresiones que despertaron el celo del fiscal jefe, Javier Zaragoza, estaban las de «mequetrefe», «rey de copas» y «sanguinario turista reincidente», todas dirigidas al Rey. Por ello, el fiscal Pedro Rubira reclamó ayer 10.800 euros a cada uno.
El primero en defenderse fue Lococo, que fue relatando con prosa peculiar y sin asomo de sonrisa por qué se animó a escribir del asunto: su propia condición de oso. Lococo, grandullón y de abundante pelo rizado, explicó que su familia materna arrastra desde hace generaciones el apodo de osos, que hasta los seis años se crió con un osito de peluche y que su novia le dice a menudo que él mismo es un oso. A ello se sumaría una tirria hacia los reyes que arrastra desde la infancia (citó a Herodes y a los reyes magos, tan falsos). Así pues, el artículo era inevitable. Más práctico para su defensa, y en línea con sus colegas, fue rotundo al describir su ánimo: «No he querido injuriar ni ofender, doy mi palabra».
En su turno de última palabra, citó a Calderón, a Shakespeare y recordó el encarcelamiento del también humorista Quevedo. Por último, y tras advertir del advenimiento de un «neofascismo judicial», hizo dos peticiones en caso de condena: que no se le reprocharan las alusiones a los nietos del Rey (eran «cariñosas») y que la multa se ajustara a sus ingresos. Al fin y al cabo, el fiscal estaba pidiendo más dinero a quien publica gratis et amore en prensa regional que a quien, como en el caso de El jueves, lo hizo cobrando en una revista de tirada nacional. No hizo falta, porque minutos después el juez explicaba su absolución mientras el filósofo Lococo se quitaba las gafas para enjugarse las lágrimas con sus manazas.
En el caso de Nicolás Lococo, de su hilarante intervención se extrae no sólo su absolución, sino que se trata de un tipo peculiar, profesor particular de filosofía, cuasi teólogo («me faltan dos asignaturas»), además de mileurista y aficionado a remitir sus artículos a la prensa por si tienen a bien publicarle. Así sucedió en Gara y Deia, que reprodujeron Las tribulaciones del oso Yogui. Entre las expresiones que despertaron el celo del fiscal jefe, Javier Zaragoza, estaban las de «mequetrefe», «rey de copas» y «sanguinario turista reincidente», todas dirigidas al Rey. Por ello, el fiscal Pedro Rubira reclamó ayer 10.800 euros a cada uno.
El primero en defenderse fue Lococo, que fue relatando con prosa peculiar y sin asomo de sonrisa por qué se animó a escribir del asunto: su propia condición de oso. Lococo, grandullón y de abundante pelo rizado, explicó que su familia materna arrastra desde hace generaciones el apodo de osos, que hasta los seis años se crió con un osito de peluche y que su novia le dice a menudo que él mismo es un oso. A ello se sumaría una tirria hacia los reyes que arrastra desde la infancia (citó a Herodes y a los reyes magos, tan falsos). Así pues, el artículo era inevitable. Más práctico para su defensa, y en línea con sus colegas, fue rotundo al describir su ánimo: «No he querido injuriar ni ofender, doy mi palabra».
En su turno de última palabra, citó a Calderón, a Shakespeare y recordó el encarcelamiento del también humorista Quevedo. Por último, y tras advertir del advenimiento de un «neofascismo judicial», hizo dos peticiones en caso de condena: que no se le reprocharan las alusiones a los nietos del Rey (eran «cariñosas») y que la multa se ajustara a sus ingresos. Al fin y al cabo, el fiscal estaba pidiendo más dinero a quien publica gratis et amore en prensa regional que a quien, como en el caso de El jueves, lo hizo cobrando en una revista de tirada nacional. No hizo falta, porque minutos después el juez explicaba su absolución mientras el filósofo Lococo se quitaba las gafas para enjugarse las lágrimas con sus manazas.
(El Mundo, 18-de diciembre de 2008)
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