La obsesión progre por "recuperar la memoria histórica (léase falsificarla)" ha resultado en una peculiar guerra de esquelas en los periódicos de costumbre. Los progres recuerdan a tus tíos-abuelos y plantan su nombre en El País. La vieja derecha, la que todavía no ha aprendido a avergonzarse de sus mayores, saca por su parte al tío cura, a la tía monja, y lamenta su muerte en el ABC.
Por supuesto, la gran esquela es la de Federico, la más disputada memoria, su cuerpo insepulto. El 70 aniversario de su muerte ha dado ocasión a nuevos homenajes, nuevas historias, con las plañideras de costumbres acusando de su muerte al fascio, a la intolerancia, a Franco y a Queipo de Llano... La novedad de este año es que ha aparecido un nuevo documental investigando su asesinato. Éste queda enmarcado, no en un designio fascista para acallar la voz de los poetas, sino en los odios y rencillas de una pequeña capital de provincias. La homosexualidad de Lorca resultaba más irritante para la gente bien de Granada que su compromido político, compromiso que nunca fue ni excesivo ni ortodoxo.
El esfuerzo por desenterrar a Lorca continúa. "Quien no cree en dios, está condenado a creer en ídolos", decía el filósofo, y los progres quieren un mausoleo y un altar donde donde adorar a su ídolo laico, adecuadamente purificado de excrecencias y contradicciones que pudieran perturbar la imagen del totem. La familia no está por la labor (según el mencionado documental el asesino de Federico está enterrado nada menos que en el pantéon familiar de los García Lorca), pero ello no detiene a la ministra ni a la cuadrilla de asaltatumbas que están en ese empeño.
No les falta desvergüenza, por cierto. Tras haber alistado a las familias de los asesinados junto a Lorca, se justifican en ellos para la remoción de huesos: ""Lo que no podemos permitir es que el apellido de una familia se anteponga al derecho de dos", afirma el desenterrador sin ruborizarse. Como si no fuera el apellido de uno el motivo de tanto esfuerzo.
70 años después y seguimos acusándonos. El tiempo pasa. Apenas queda nadie vivo de la guerra (excepto ese que usted y yo sabemos...). Ello tiene ventajas. Desde hace pocos años, ya no tenemos que aguantar al secretario de la checa de bellas artes recordando a su "amigo Federico".
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