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"A mi familia le venía muy bien lo que no pagué a Hacienda, cumplí con mi deber de darles todo lo que necesitaban; el resto de españoles tienen que entenderlo".
No basta con que declaren que esos papeles son “falsos”. La confianza en esta democracia está demasiado rota para que esto pueda seguir así. Que se vayan, y ya fuera de unas instituciones que son de todos que demuestren la falta de veracidad de esos papeles, si es que pueden.
Y tanto. Lejos de la advertencia, y lejos de la amenaza que hacían latir bajo esa advertencia, las palabras de Aznar se limitan a constatar. Constatan algo de lo que, naturalmente, no quieren oír hablar los secesionistas, aunque anida implícito en su propio planteamiento. Lo explicaba con claridad canadiense el politólogo quebequés Stéphane Dion, que en su etapa ministerial impulsó el dictamen del Tribunal Supremo sobre las pretensiones de Quebec: "El principio de que no se puede retener a nadie contra su voluntad tiene que aplicarse en todas las direcciones". Esto es, no se puede declarar la divisibilidad de un Estado sin aceptar, al mismo tiempo, que también es divisible el futuro Estado desgajado. Aquel dictamen del Supremo validó este razonamiento impecable. Si una parte del territorio de Quebec opta por seguir en Canadá, tiene derecho a ello. No se pueden usar dos varas de medir.España sólo podría romperse si Cataluña sufriera antes su propia ruptura como sociedad, como cultura y como tradición. Cataluña no podrá permanecer unida si no permanece española. Quien piense que sólo está en juego la unidad de España se equivoca. Antes de eso, está en juego la integridad de Cataluña.
El verbo «to represent», procedente del latín repraesentare, esto es, volver a hacer presente, recibió diversos significados en la lengua inglesa primitiva, pero su primer uso político en el sentido de actuar como un agente autorizado o diputado de alguien dejó su huella en un folleto de 1651, de Isaac Pennington, y más tarde, en 1655, en un discurso de Oliver Cromwell del 22 de enero, en el Parlamento, en el que dijo: «He sido muy cuidadosos con vuestra seguridad y con la seguridad de aquellos a quiénes representáis.» Pero ya en 1624 «representation» significaba «la sustitución de una cosa o persona por otra», especialmente con un derecho o autoridad para actuar por cuenta de otro. Pocos años más tarde, en 1649, encontramos la palabra «representative» aplicada a la asamblea del parlamento, en el decreto que abolía la institución de la realeza después de la ejecución de Carlos I. El decreto menciona a los «representantes» de la «nación» como aquellos por los que el pueblo es gobernado y a quienes el pueblo elige y da su confianza para ello, de acuerdo con sus «justos y antiguos derechos».
Hay una tendencia a aceptar las cosas tal como son, no sólo porque la gente es incapaz de ver nada mejor sino también porque, frecuentemente, no son conscientes de lo que está ocurriendo en realidad. La gente justifica la «democracia» del momento actual porque parece asegurar al menos una vaga participación del individuo en el proceso legislativo y en la administración del país —una participación que, por muy vaga que sea, se considera como lo más que se puede obtener en las circunstancias existentes. En un estado de ánimo similar, R.T. McKenzie escribe: «Es... realista argumentar que la esencia del proceso democrático es que debería proporcionar una libre competición para el caudillaje político.» Añade que «el papel fundamental del electorado no es el de tomar decisiones sobre temas específicos de la política, sino decidir cuál de dos o más grupos competidores de caudillos potenciales deberá tomar las decisiones.»
Aunque si los ideales de «representación» y «democracia» continúan durante largo tiempo siendo identificados con el poder, me pregunto si los «súbditos» de hoy no llegarán a aceptar decidir, simple y llanamente, «cuál de dos o más grupos competidores de caudillos potenciales deberá tomar las decisiones» para todo tipo de acción y conducta de sus conciudadanos.
Desde luego elegir entre competidores potenciales es la actividad propia de un individuo libre en el mercado. Pero existe una gran diferencia. Los competidores del mercado, si quieren conservar su posición, han de trabajar necesariamente en favor de sus votantes (esto es, los clientes), aunque ellos y esos mismos votantes no sean enteramente conscientes de esto. Los competidores políticos, en cambio, no trabajan necesariamente para sus votantes ya que estos últimos, en realidad, no pueden elegir de la misma manera los «productos» peculiares de los políticos. Los fabricantes políticos (si se me permite utilizar esta palabra) son simultáneamente vendedores y compradores de sus productos, siempre en nombre de sus conciudadanos. De estos últimos no se espera que digan «no quiero este estatuto, no quiero este decreto», ya que, de acuerdo con la teoría de la representación, han delegado ya este poder de elección en sus representantes.
Ciertamente éste es un punto de vista legal que no coincide necesariamente con la actitud real de las personas afectadas. En mi país los ciudadanos a menudo distinguen entre el punto de vista legal y otros puntos de vista. Siempre he admirado los países en los que el punto de vista legal coincide en lo posible con cualquier otro punto de vista, y estoy convencido de que sus grandes logros políticos se deben fundamentalmente a esta coincidencia.
El que detenta el poder hace la ley. Cierto, pero ¿qué hay del pueblo que no tiene el poder?
Mis compatriotas están convencidos, lo digo casi por instinto, de que las leyes y constituciones escritas no constituyen la última palabra del drama político. No sólo cambian, incluso con bastante frecuencia, sino que no siempre corresponden a la ley escrita en tablas vivientes, como diría Lord Bacon. Me atrevo a decir que hay una especie de sistema de derecho consuetudinario cínico que subyace al sistema de la ley escrita de mi país, y que difiere del sistema de derecho consuetudinario inglés, no sólo por no estar escrito, sino por carecer de reconocimiento oficial.
(...) su pregunta no tiene una respuesta categórica. Está condicionada a cuál sea el modo, la permanencia en España o la secesión, que proteja mejor los derechos de todos los afectados, posibilite su bienestar y sea más respetuosa con la voluntad de todos libremente expresada.
(...) La estructura constitucional contemplada, y que admite varias posibilidades muy distintas (federal, confederal, Commonwealth, etc.) determinaría, si llegara el caso, mi posición, a la vista de las propuestas concretas.
Islamistas y separatistas están de acuerdo en que el estado-nación liberal no es bueno o es insuficiente para ellos. Islamistas y separatistas están de acuerdo en su disgusto por la democracia liberal representativa. Islamistas y separatistas están de acuerdo en que el Estado debe asociarse con un principio sagrado: religión o etnia. Islamistas y muchos separatistas incluso están de acuerdo en opiniones geopolíticas importantes, como que Israel debería desaparecer del mapa.
Si se incluye el imperativo de separar el Estado de la Etnia en una definición actualizada de laicismo, tanto las protestas árabes como los separatismos ibéricos pueden englobarse dentro de una reacción común en contra del estado secular y de la democracia representativa tal como los hemos entendido hasta ahora. Acordémonos de esto que decía Rafael Aguirre (nadie ha hecho un diagnóstico más conciso y devastador sobre lo que pasa realmente) hace unos meses: "Creo que la descristianización en el País Vasco, sobre todo en determinadas zonas, no ha sido un proceso de secularización como en otros lugares de Europa, sino que ha dado nacimiento a una religión de suplencia, que absolutizaba la nación vasca." Es nuestro "invierno independentista" particular.
Si a mí me unen el nacimiento y la libre decisión con un Estado, a cuyas bienhechoras leyes me someto, leyes que no sustraen de mi libertad más de lo que es necesario para el bien de todos, entonces yo llamo a ese Estado mi patria.
- Thomas Abbt
Nada hay más agradable, para el Gran Dios que rige todo el mundo, que ver a los hombres transformados en ciudadanos asociados de acuerdo con el derecho.
- Cicerón, El Sueño de Escipión
Stephen Jay Gould: «La literatura más ridícula y más tendenciosa sobre el fútbol intenta tergiversadamente encontrar profundidad en el espectáculo de hombres adultos que golpean una pelota con un pie, y sugieren relaciones entre el deporte y temas profundos de moralidad, paternidad, historia, inocencia perdida, delicadeza, y así sucesivamente, al parecer ad infinitum».
Las metáforas morales sobre la selección española han sido cansinas e incontables. Destaca un tema. Aquellas que han puesto al equipo como un espejo de virtudes en el que debería mirarse toda la sociedad. La metáfora es hija directa del olor a sacristía de la época del entrenador Guardiola. Y tiene el mismo valor veraz que las consejas, tan virtuosas y tan espléndidamente pagadas, que Guardiola daba a los ahorradores y accionistas del Banco de Sabadell, un poco antes de que la calificación crediticia de la entidad pasara al bono basura.
El fenómeno asombroso ha sido la fe laica que han mostrado tantos occidentales en que el genio de la lámpara de Aladino, una vez liberado en la plaza Tahrir, iba a realizar de manera simultánea sus tres deseos. A saber: que una revolución puede tener un final feliz; que la democracia liberal logra arraigar en cualquier rincón por inhóspito que sea; y que internet es capaz de infundirle rápidamente a una sociedad los valores que antaño sólo prendían con el tiempo, no pocos ensayos y buenas condiciones de partida.
Tanto las elecciones celebradas en 2005 como las de esta segunda hornada, con Túnez como punto de arranque, confirman que, cuando tienen libertad para elegir, una mayoría de habitantes del Medio Oriente vota islamista.
[...] La democracia, en esas tierras, amenaza no solamente la seguridad de Occidente, también su propia pervivencia como civilización. Por eso los líderes occidentales (con la efímera excepción de George W. Bush) se abstienen de promover la democracia en el Medio Oriente musulmán.
El Gobierno estadounidense tiene un papel vital a la hora de ayudar a los Estados de Oriente Medio a transitar de la tiranía a la participación política sin que los islamistas secuestren el proceso. George W. Bush tuvo la idea correcta en 2003 al hacer un llamamiento a la democracia pero echó a perder esta iniciativa al exigir resultados instantáneos. Barack Obama volvió inicialmente a la vieja política fracasada de cortejar a tiranos; ahora se está alineando miopemente con los islamistas contra Mubarak. Debería de emular a Bush pero haciéndolo mejor: entendiendo que la democratización es un proceso de décadas que exige inculcar ideas anti intuitivas relativas a los comicios democráticos, la libertad de expresión o el Estado de Derecho.
¡Cuántos editorialistas, tertulianos, corresponsales extranjeros y columnistas de toda laya pagarían lo indecible por no haber escrito o pronunciado nunca las palabras "primavera árabe"!
[...] When the Cold War ended, my friend Pat Moynihan asked me: “What are you conservatives going to hate, now that you can’t hate Moscow?” My instant response was: “We are going to hate Brussels”—Brussels, because it is the banal home of the metastasizing impulse to transfer political power from national parliaments to supranational agencies that are essentially unaccountable and unrepresentative.
That constantly renewed agitation introduced by democratic government into political life passes, then, into civil society. Perhaps, taking everything into consideration, that is the greatest advantage of democratic government, and I praise it much more on account of what it causes to be done than for what it does. It is incontestible that the people often manage public affairs very badly, but their concern therewith is bound to extend their mental horizon and to shake them out of the rot of ordinary routine ... Democracy does not provide a people with the most skillful of governments, but it does that which the most skillful government often cannot do: it spreads throughout the body social a restless activity, superabundant force, and energy never found elsewhere, which, however little favoured by circumstances, can do wonders. Those are its true advantages.
Hay un malentendido crucial ante los referéndums: se cree que sirven al pueblo. Cuando solo sirven al que gobierna. Tomado en serio, el referéndum es una llamada a que los ciudadanos se conviertan por un día en toreros o astronautas.
(...) Es significativo que, a diferencia de las elecciones libres, el referéndum conviva plácidamente con las dictaduras.
(...) «¿Quiere usted estar en el euro o no?» dicen que van a preguntarle al griego. Hombre, hombre. Si estos griegos fueran aquellos, en cada papeleta habría una sentencia de Delfos. Y así ibas a vértelas, Papandreu.
[Sócrates:] (...) Y observo, cuando nos reunimos en asamblea, que si la ciudad necesita realizar una construcción, llaman a los arquitectos para que aconsejen sobre la construcción a realizar. Si de construcciones navales se trata, llaman a los armadores. Y así en todo aquello que piensan es enseñable y aprendible. Y si alguien, a quien no se considera profesional, se pone a dar consejos, por hermoso, por rico y por noble que sea, no se le hace por ello más caso, sino que, por el contrario, se burlan de él y le abuchean, hasta que, o bien el tal consejero se larga él mismo, obligado por los gritos, o bien los guardianes, por orden de los presidentes le echan fuera o le apartan de la tribuna.
Así es como acostumbran a actuar en los asuntos que consideran dependientes de las artes. Pero si hay que deliberar sobre la administración de la ciudad, se escucha por igual el consejo de todo aquél que toma la palabra, ya sea carpintero, herrero o zapatero, comerciante o patrón de barco, rico o pobre, noble o vulgar; y nadie le reprocha, como en el caso anterior, que se ponga a dar consejos sin conocimientos y sin haber tenido maestro.
[Protágoras:] (...) [por eso] los atenienses, al igual que los demás pueblos, cuando deliberan sobre la virtud en arquitectura o en cualquier otra profesión, sólo a unos pocos les consideran con derecho a dar consejos. Y si alguien que no sea de éstos se pone a dar consejos, no le toleran, como tú dices, y con razón, añado yo. Pero cuando se ponen a deliberar sobre la virtud política, toda la cual deben abordar con justicia y sensatez, entonces escuchan, y con razón, a todo el mundo, como suponiendo que todos deben participar de esta virtud o, de lo contrario, no habría ciudades.
Defender el derecho de Grecia a votar lo que haga con su deuda nacional es defender mi derecho a votar en casa si le pago al Banco la hipoteca.
(...) Haciendo creer que la cultura ministerial es la verdadera cultura, Francia fundó una cleptocracia cultural que ha llevado a la quiebra económica y moral de Europa.
Los redactores de la Constitución fundaron una república porque reconocían que el mandato del populacho podía ser una amenaza tan grande a la libertad como el gobierno de un rey. James Madison explica en El Federalista LXIII que la representación "puede ser necesaria en ocasiones para defender al pueblo contra sus propios errores e ilusiones transitorias". Por tanto, el marco constitucional de Estados Unidos busca proteger al pueblo de los peligros de la democracia popular sin control. Los representantes del pueblo, por supuesto, son los últimos responsables y deben rendir cuentas a los ciudadanos que, con su voto, los pueden sacar del cargo cuando lo estimen oportuno.
Libertad: Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.
La libertad no sólo significa que el individuo tiene la oportunidad y responsabilidad de la elección, sino también que debe soportar las consecuencias de sus acciones y recibir alabanzas o censuras por ellas. La libertad y la responsabilidad son inseparables. Una sociedad libre no funcionará ni perdurará a menos que sus miembros consideren como derecho que cada individuo ocupe la posición que se deduzca de sus acciones y la acepte como resultado de sus propios merecimientos. Aunque solamente pueda ofrecer al individuo oportunidades y aunque el resultado de los esfuerzos de éste dependa de innumerables accidentes, forzosamente dirige su atención a esas circunstancias que él puede controlar como si fueran las únicas que importan. Desde el momento en que se concede al individuo la oportunidad de hacer uso de circunstancias que únicamente son conocidas por él, y dado que, como regla general, nadie puede saber si ha hecho el mejor uso de ellas o no, se presume que el resultado de sus acciones viene determinado por las acciones mismas, a menos que aparezca absolutamente obvio lo contrario.
La fe en la responsabilidad individual, que cuando la gente creía firmemente en la libertad individual siempre fue poderosa, ha decaído juntamente con la estima por la libertad. La responsabilidad ha llegado a ser un concepto impopular, una palabra que evitan los oradores o escritores de experiencia, debido al evidente fastidio o animosidad con que se la recibe por una generación que no gusta en absoluto que la moralicen. A menudo evoca la abierta hostilidad de hombres a quienes se les ha enseñado que nada, excepto las circunstancias sobre las cuales no se tiene control, ha determinado su posición en la vida o incluso sus acciones. La negación de la responsabilidad, sin embargo, se debe comúnmente al temor que inspira. Un temor que también llega a ser necesariamente el temor de la libertad. Es indudable que mucha gente está temerosa de la libertad, porque la oportunidad para hacer la propia vida significa también una incesante tarea, una disciplina que el hombre debe imponerse a sí mismo para lograr sus fines.